“El ayer es historia. El mañana es un misterio. ¿Y hoy? Hoy es un regalo. Por eso lo llaman presente”. Eleanor Roosevelt
Aunque aquí no lo parece, ya es Navidad.
La nuestra era quizás la más alegre del mundo: Mientras en la mayoría de los países se cantan algunos villancicos, las fiestas de diciembre en Venezuela eran bulliciosas en medio de miles de fuegos artificiales, música a todo volumen que salía de la mayoría de los hogares y millones de personas comprando en calles y centros comerciales, con un festival gastronómico que probablemente no tuviera parangón en la mayor parte del mundo.
A esta fecha se respiraba en todas partes la cercanía de la noche buena. Los árboles navideños florecían días antes, gaitas y villancicos inundaban las emisoras de radio, los mercados llenos de alimentos y más de consumidores. Todos preparando con muchos días de anticipación la cena navideña. Los infantes dichosos escribiendo cartas al niño Jesús y los padres comprando juguetes y estrenos en almacenes que competían con innumerables novedades.
La cena navideña constaba de 4 bandejas elementales: La infaltable hallaca, el pan de jamón, la ensalada de gallina y un pernil de cerdo bien asado. Todo regado con whisky, cerveza o vino; una mesa de postres, entre ellos la tradicional torta negra hecha con frutos secos macerados en licor, y el turrón, que no es venezolano sino español, pero que no faltaba en una mesa en esta época.
Hoy Venezuela es un silencio, un rostro macilento en el que no se pueden hacer hallacas pensando nada más en un kilo de aceitunas que tiene el valor de 400 mil bolívares, no se puede hacer pan de jamón porque no hay harina de trigo, y si se adquiere en panaderías casi llega a los 200 mil bolívares. No hay dinero para comprar nada. Un mercado cuesta a los venezolanos un ojo de la cara por donde ya no salen lágrimas. Por eso, no vale la pena descifrar otros precios. ¡Bienaventurados quienes la noche del 24 tengan una “multisápida” en sus platos, porque de ellos será el reino de los cielos!
Venezuela muestra hoy la cara que nunca tuvo. Ante tanto dolor se acabaron las lágrimas. Se nos olvidó llorar. Ver rostros de los parroquianos al comprar es una experiencia perturbadora. Entre la rabia y la privación la gente toca los productos de comida como si los añorara. Luego mira los precios y los vuelve a dejar.
Llegamos a las festividades de fin de año en su peor momento. Con la inflación más alta del mundo, una escasez generalizada de alimentos básicos y falta de liquidez.
Es la Navidad más triste. Hay pocas luces, árboles y pesebres en los hogares de la patria.
Debemos situarnos todos del lado de la vida y que Dios tenga piedad para que, acontecimientos imborrables en nuestros ojos y aquellos que, menos aparentes, constituyen la realidad cotidiana de tantos y tantos seres humanos en nuestro país se terminen definitivamente.
No perdamos la capacidad de entender que el amor es felicidad, risa y placer. Que no se nos olvide el afecto sin convertir besos en golpes y gemidos en gritos de ira. Que no se nos olvide que el amor es bonito.
Con hallacas o sin ellas… ¡Feliz Navidad!
Navidad sin luces
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