Sobre una tumba una rumba #MemoriaFotográfica

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En tiempos pretéritos, por estos días comenzaban a agitarse las mesas y cocinas barquisimetanas, prestas a celebrar la temporada decembrina. Familias enteras se congregaban alrededor de fogones a preparar los condumios que caracterizaban las navidades: hallacas, bollos, ensaladas de gallina, dulce de lechosa, abundaban hasta en los más humildes hogares.

Los clubes sociales dejaban circular invitaciones convidando a sus asociados a los bailes y festejos que organizaban con sobrada antelación. El Centro Social; el Country; el Club del Comercio; el Ayarí; el Cuatricentenario; el de Telegrafistas, entre muchos,  lustraban pisos, pintaban fachadas y remozaban acabados como preparativos previos. Las autoridades por su parte montaban saraos y templetes. Los barrios se adornaban con guirnaldas y luces de colores. Se exhibían pesebres donde el imaginario volaba; en todas las iglesias se instalaba uno.

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Los músicos de las orquestas desempolvaban trajes y uniformes; aceleraban los ensayos en pos de ser invitados como principales o teloneros en los muy celebrados bailes.

A mediados del siglo XX, existían decenas de orquestas y conjuntos que se disputaban las preferencias de bailarines y parejas locales. Existían para todos los gustos y clases sociales: las que interpretaban himnos y acompañaban actos oficiales; las tradicionales, las marciales y por supuesto las bailables, sin lugar a dudas las más abundantes y requeridas por estas fechas.

La orquesta más longeva es la Banda del Estado llamada Maestro Carrillo en honor a su director fundada en 1884 como banda marcial primeramente. La sigue la Orquesta Mavare, dirigida por Miguel Antonio Guerra fundada en 1898. Por esta época un grupo de aficionados le ofrecieron una serenata al General Aquilino Juares y el común la llamó el coro de los doctores, puesto que médicos y abogados la integraban.

Para la inauguración del nuevo Palacio de Gobierno en 1922, el gobernador Rafael María Velasco convidó a decenas de músicos del interior del estado. Ensayaron durante tres meses y amenizaron el sarao bajo la dirección del músico valenciano Rafael Romero, padre del afamado compositor Aldemaro Romero, “La Gran Orquesta” la llamaron y tocó durante una larga noche.

Una variedad musical con fuerte acogida en el estado fue el jazz. De la Orquesta Mavare surgió un grupo que interpretaba esta modalidad: “Jazz Band Mavare”, se llamó. También en Guarico poblado de los andes larenses existió  la “Jazz Band Simón Castejón”, indicadores de la fuerte presencia del género en la región. No por casualidad Barquisimeto fue sede durante varios años de un recordado Festival Internacional de Jazz.

Aparte de las orquestas y parte de ellas, de su repertorio y consagración, resulta imprescindible recordar a Ángel María Abarca; Berenice Álamo; Vinicio Adames; Antonio Carrillo; Andrés Delgado; Francisco de Paula Medina (Franco Medina); Elías Rivero; Félix Sánchez Durán; Rafael Miguel López; Francisco Pérez Camacho; los hermanos Antonio y José Eligio Torrealba; José Ángel Rodríguez López; José Antonio Abreu; Pablo Canela; Rodrigo Riera; Alirio Díaz; Pío Alvarado; Tino Carrasco; Tarsicio Barreto  y el mismísimo Gustavo Dudamel, hoy consagrado director de prestigiosas orquestas, así como el tenor Aquiles Machado. A ellos debemos el calificativo de “Ciudad Musical de Venezuela”.

La naturaleza musical del larense recuerda la famosa pieza interpretada por la orquesta Billo´s Caracas Boys, la fiesta interminable, puesto que sucedáneo a la celebración decembrina, la seguía la tradicional visita de la Divina Pastora cuyo recibimiento ha estado reservado a la Orquesta Mavare, la continuaban los carnavales y así sucesivamente, las candilejas del baile permanecían encendidas durante todo el año.

Hoy en la amarga noche de escasez y desesperanza que vivimos, estos recuerdos se entronizan en procura de una voltereta radical que debemos incoar como sociedad desnutrida, maltrecha y sufrida. Raza común de adoloridos la calificó uno de nuestros eximios poetas.

No puedo dejar de señalar al Baile de Turas que celebraba el germen de la vida: la cosecha. Al  Tamunangue y su baile de negros; sincretismo del mestizaje. Ambos estudiados enjundiosamente por Miguel Acosta Saignes, Juan Liscano e Isabel Arenz

En la música larense se conjugan lo académico, lo popular y lo folclórico, y quizá sea en la tradición orquestal donde mejor se exprese esta comunión.

Las extintas y siempre recordadas piscinas de Macuto, cuyas pistas de baile se encontraban rodeadas de una exuberante fronda de maporas y especies naturales, terminaban cobijando a los frenéticos e insaciables rumberos que al salir de las fiestas ya de por si interminables de los clubes, no concebían cansancio y siempre añoraban el amanecer y el más allá del crepúsculo. Por sobre las constricciones que siempre ha querido imponer el beato, que no concebía 365 días de perpetuo baile, tal cual una gran tribu. Aún en la tumba donde yace el recuerdo y la falta de condumios propios de la época, la ciudad ansía su retumba.

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