Eso de tener la fuerza para soportar una vida difícil no es para débiles y Edgar Díaz lo entendió muy bien. Un joven que en plena etapa de crecimiento personal y profesional, sufrió un accidente en el que perdió sus brazos y naturalmente, le transformó su vida.
Pero sorprendentemente, ese vuelco resultó provechoso. Edgar descubrió facetas de sí mismo que desconocía, descubrió su potencial fuerza de voluntad que lo hizo levantarse de la cama, salir a la calle y continuar, descubrió también que puede poner su granito de arena para que otros como él, ante cualquier adversidad, confíen en sí mismos y se sobrepongan.
Edgar nació el 11 de febrero de 1982 en Barquisimeto. Tuvo una niñez común, estudió en la Escuela Las Acacias, en el Colegio Francisco Tamayo y el bachillerato en el Liceo Ambrosio Perera, graduándose de técnico en Contabilidad, tal como lo querían sus padres y como lo hicieron sus hermanos mayores Edwards y Wilmer.
Pero los números no eran la verdadera vocación de Edgar, a él le gustaba enseñar, en su adolescencia había sido “mentor” de tres niños en su comunidad y pensó que por ahí pudiera estar su auténtica virtud… la vida le regaló una oportunidad para comprobarlo.
La mamá de una joven que para entonces era su novia, era docente y necesitaba unas suplencias en una escuela rural en Yaritagua. Él, aunque dudoso por su inexperiencia, aceptó. La práctica le resultó tan satisfactoria que estuvo cuatro años ejerciendo suplencias, a la par que estudiaba la carrera de Educación Integral a distancia en la Universidad Nacional Abierta.
De esa etapa guarda gratos recuerdos. Edgar comenta que era el “profe amigo”, el que salía a hacer deporte y a jugar con ellos en el recreo.
-Siempre recuerdo a uno de los niños que todos los días llevaba una arepa pelada con huevo revuelto hecho a leña y él estaba cansado de ese desayuno pero a mí me parecía lo máximo, entonces yo le intercambiaba una arepa con diablito por esas arepas. Parte de lo que soy es gracias a mi experiencia en la educación rural.
Aunque disfrutaba su profesión, económicamente no le daba buenos resultados. Cobraba 300 bolívares el mes y se los pagaban cada tres meses.
-Entonces vino un año difícil porque yo vivía con mi novia y teníamos muchos más gastos, era difícil estar así, tenía que buscar otro trabajo.
El papá de Edgar, de oficio electricista, “el mejor que conozco por cierto”, un día le consiguió trabajo como su ayudante en la construcción de un edificio.
-Mi papá desde pequeño me enseñó a poner tomacorrientes y a instalar las luces en la casa, pero cuando me convertí en ayudante de electricista, aprendí realmente su oficio y me enamoré de eso, es un trabajo muy sabroso.
Satisfactorio pero arriesgado, en sus rutinas diarias sufrió quemaduras en los dedos, ligeros corrientazos y en una ocasión ocasionó un cortocircuito en una de las construcciones.
Pero pese a esos inconvenientes, al final de cada semana de trabajo recibía 280 bolívares, casi lo que cobraba en un mes dando clases.
El placer de ser útil en su nueva casa y poder contar con el dinero para darse uno que otros gustos, terminaron de convencerlo para que formalizara esta profesión.
El arriesgado trabajo de un liniero
Edgar se formó como liniero electricista en un curso que duró dos años, en una institución privada en Barquisimeto. Después pasó una serie de arduas pruebas para ingresar a la empresa eléctrica que para el momento era Cadafe.
-En el 2009 me contrataron como liniero, mi trabajo consistía en tender y hacerle mantenimiento a las líneas de transmisión eléctrica y no hablo de la red doméstica de 220v sino de hasta 400.000 voltios.
Trabajaba colgado de los cables a decenas de metros de alturas en las torres que están en las montañas, pese a que en su formación profesional fue capacitado para subirse a un poste de seis metros de altura, cuando mucho.
Arriba, apenas sujetado por un arnés y cauteloso de no tocar ningún tendido, se escuchaba el sonido del voltaje pero tenía que tomar concentración para hacer su trabajo y volver a bajar, para continuar el chequeo en las otras torres.
Así pasaron dos años en Cadafe. La recompensa monetaria cada vez era mejor y él luchaba por un cargo fijo.
El día fatal
Un domingo del 2011, a las 4:00 de la mañana, Edgar salió acompañado del resto de la cuadrilla hacia una subestación eléctrica en Portuguesa para hacer un cambio de seccionadores, una especie de cuchillas grandes.
En la subestación se concentran todas las líneas que vienen de la torre para regular la electricidad. Tenían que esperar que el área se desenergizara para poder escalar una estructura de seis metros.
-Recuerdo que todo el mundo estaba apresurado, mi jefe inmediato estaba buscando algo en el Jeep pero había otro jefe de todas las cuadrillas y él nos dijo que subiéramos. Yo me adelanté a mis compañeros y subí primero, en ese momento recibí la descarga y caí.
Fueron 13.800 voltios que lo dejaron inconsciente y con severas quemaduras en ambos brazos, pecho, ojo y oreja.
A partir de ahí Edgar no recuerda nada, todo lo que sabe se lo contaron sus compañeros y los médicos.
Inicialmente uno de sus compañeros le prestó los primeros auxilios hasta su llegada al Hospital de Portuguesa, luego lo remitieron a una clínica en Barquisimeto.
-Apenas llegué me amputaron el brazo izquierdo, para ese no había ninguna solución. Además tenía los órganos muy comprometidos y estaba deshidratado. Estaba más muerto que vivo.
Cuando despertó, experimentó una rara sensación. Edgar dice que no reprochó la pérdida de su brazo izquierdo sino que se sintió feliz de tener el derecho.
-Entraban mis compañeros y familiares a verme y yo los animaba porque tenía mi brazo derecho, no sé si era la anestesia que me tenía todavía drogado, pero yo estaba enfocado en eso.
Días después y tras tratarle de muchas maneras el brazo derecho, la afectación no parecía mejorar y los médicos le pidieron que tomara una decisión trascendental: o elegía amputarlo a nivel del antebrazo o podía esperar una mejoría con la posibilidad de que se gangrenara y lo tendrían que amputar al nivel del hombro.
-Fue mi decisión que me amputaran el brazo y fue difícil, pero si me hubieran dicho que iba a poder usar un vaso, usar mi teléfono y hacer todo lo que hago, de una vez les hubiera dicho que sí, sin dudarlo tanto.
Tras 48 días hospitalizado, los médicos lo enviaron a casa. En ese momento se topó con su dura realidad, aquella que no había percibido por la constante atención de las enfermeras, médicos y de su familia.
Pero en casa tomó consciencia de que necesitaba ayuda para todo, bañarse, comer, hablar por teléfono…
-Mi papá intentaba sacarme de esto y que yo continuara mi vida rápidamente, pero todos necesitamos nuestro tiempo. Esto se lo digo a los familiares de personas que están pasando por algo así, déjennos vivir nuestro proceso, el cambio es paulatino, hay un momento en que estás listo para salir a calle.
La realidad
Cuando llegó ese momento, Edgar se enfrentó al mundo, eliminó los monstruos que en su cabeza que lo atormentaban pensando en el que dirán los amigos, los vecinos, los que lo conocieron con brazos.
-A estas alturas no sé qué me pasó, no sé si sigo anestesiado o de dónde saqué las fuerzas para salir adelante.
Edgar no se lamentó de todos los límites que la carencia de sus brazos le provocó, sino que tomó la decisión de continuar. Comenzó a intentar hacer las cosas por sí mismo. Cuenta que vivía en las ferreterías buscando las maneras de crear adaptaciones para poder usar los objetos.
Hoy puede cepillarse solo, también hizo unas adaptaciones a los cubiertos para comer solo, usa su celular, computadora, es capaz de tomar de un vaso por sí mismo, y como esas muchas cosas más que mejoraron su calidad de vida.
Como su amor por los deportes lo lleva en la sangre desde que nació, quiso buscar la manera de practicar alguno.
Así llegó al tenis de mesa en el Complejo Deportivo Variquisimeto y con una ingeniosa adaptación a las raquetas, se ha convertido en uno de los mejores en su área, con miras a competencias profesionales. Diariamente también va al gimnasio.
Orador motivacional
Desde que resurgió el nuevo Edgar, a raíz de su accidente, muchas personas lo han buscado para que cuente su experiencia e inspire a las personas con su mensaje motivacional, desde pequeñas charlas a deportistas hasta conferencias a nivel empresarial.
Para eso tuvo una formación de coaching en Valencia y con el que quiere llegar a tocar más vidas, llevando un mensaje alentador para quienes estén pasando por circunstancias difíciles e invitando a darle vida a los sueños que pueden catalogarse de “imposibles”.
Si él considera que su vida no ha sido traumática, pese a no tener brazos, cualquier otra persona también puede seguir adelante.