El filósofo español, José Ortega y Gasset pensaba que ser, tanto, de izquierda, como derecha, son algunas de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil y que ambas eran formas de hemiplejia moral. Decía que de lado y lado se recogía basura y esta era depositada en la conciencia de los más débiles. Opinaba que, los jóvenes, veían a los partidos tradicionales como al abuelo que ofrece argumentos insignificantes y que las rencillas entre partidos políticos parecían la querella de un abuelo contra el otro abuelo, ambos habiéndole dejado en herencia, al joven, una deuda monumental.
Ortega señalaba que, el discurso político oficial, sea cual fuere el régimen vigente, siempre incluiría dos afirmaciones: a) el modelo actual es el mejor de la historia y b) es inútil intentar sustituirlo. Mientras que no corrijamos los errores pasados estaremos expuestos a repetirlos una y mil veces, prueba de ello, es que, los hagiógrafos del régimen madurista siempre crean imágenes idílicas sobre su revolución inspirada en los ideales bolcheviques de sangre, sudor y lágrimas.
Lo destacable de la situación actual, es que no es el Estado quien está enfermo debido a las erradas intromisiones externas; quien está enferma, casi moribunda, diría yo, es la conciencia de quienes nos vendieron un programa de gobierno que hoy presenta la tasa de carestía mas alta del mundo y que como consecuencia de ella, los bienes de primera necesidad, a precios dolarizados, no están al alcance de las mayorías empobrecidas, condenadas a morir de mengua por la miseria.
Este programa de gobierno, representado por 20 años de fracaso, tiene aceptación y replica en México con López Obrador, quien en medio de una vida de lujos, reparte dádivas para los menesterosos y lleva adelante una campaña electoral basada en la corrupción moral de los electores. Al parecer esta estrategia le está dando resultado porque se encuentra a la cabeza en todos los sondeos de opinión. El manito tiene un eslogan que dice “la corrupción somos todos”. Muchos son los que se meten en ese saco, sin importar lo más sublime que tiene un ser humano: los principios morales y valores éticos.
La política, dando prioridad a los asuntos personales de cada dirigente, no es la solución a los problemas de un país, por tanto, dice Ortega y Gasset: la política debe tener conciencia de sí misma y comprender que no puede reducirse a unos cuantos ratos de frívola peroración ni a unos cuantos asuntos jurídicos, sino que tiene que ser toda una actitud histórica.
Es necesario organizar la desconfianza con quienes quieren una patria mejor, mostrando una contundente oposición que incluya un programa de gobierno sustentable para enfrentar con máximo rigor a una izquierda manirrota e irresponsable que ha dejado a su propia creación al borde del colapso. Mientras, boquiabiertos, los seguidores del sistema ni siquiera llegan a entender la causa del por qué los comunistas del mundo no entusiasman gente por la vía electoral, solo escuchan la retórica y propuestas derivadas de las formas más extremas del relativismo moral.
*Coordinador Nacional de IPP-GENTE
@alvareznv