Vestigios de Navidad

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Vestigio 1

Pensando en la Navidad que se aproxima y a don Pacheco Galipán que con sus fríos alisios la exorna en mis dos manos reposa un parágrafo que la pone a madurar; Tertuliano Máximo, no pertenece al número de personas milagrosas que son capaces de reír hasta cuando están solitarias, su naturaleza va más a la tristeza, al ensimismamiento, a una cargada cognición de la levedad de vida, a una incurable duda ante los intentados dédalos cretenses que son las relaciones humanas.

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Mantengo la convicción que no hay vuelta de esquina. San Nicolás (no ese bigotudo busero opresor), tomó los bártulos, y dará largas para no retornar hasta nuevo aviso. No le simpatiza que el rojo rojito antipático se compenetre con su traje a cinturón y manga blanca. No le atrae resistir lo que a todos, pesa.

Se antoja que algo así no resulta. Igual, nos inhabilita la perplejidad. Ese espinoso sondear o suponer ¿a cómo vendrá la hallaca o el pan de jamón? (que de jamón tiene poco conseguirlo), y ni hablar de pernil, a mil millones de bolos viejos, o las uvas, para el Año Nuevo, también se las cargó Papá Noel. Como siempre pasa, para el país a pies, la romería viene por dentro, el dinero es un destierro, y la impotencia, que no guarda final, nos dice que ésta patria ñángara posee malos augurios para el Niño Jesús, para su pesebre apagado y para ese seco pino tendido y de espesura yerma que no retoña en la esquina de algún hogar criollo.

Vestigio 2

Las gruesas piernas de la decepción, cual miradas congeladas incurren en las vitrinas, con el asombro del curioso que la explora, como si fuera cantera de oro.

Una muñeca Mattel cuesta tanto como criar un retoño y si compras la casa-juguete, más vale mudarte a ésta, pues la tuya, o fue empeñada, embargada, o hipotecada para cubrir sus importes.

No obstante, los traviesos no entienden de valías o precios, acaso de la fantasía de un peluche, de una pista de carreras, o de un fuerte apache, con sus respectivos indios, y cowboys pitiyanquis.

No es la cintilación del agua potable, que a ratos regresa o de la luz que siempre se va, tampoco es la vibra oscura del dólar negro que desconsuela la resistencia de la multitud aterrada o aquél mañana fortuito de un feudo mal regido por un régimen malhechor. Es esa situación inaudita, que como escribiría Carlos Rangel, es la historia de un fracaso, anunciando lo que no da ceremonias para tener la fe de una luz al final de un pasaje para ciegos.

Vestigio 3

Sigo frágil y la fragancia a diciembre, a Navidad, a la alegría familiar, no se presenta.
La gente posee una risita perturbada que más parece dudas, será al hambre, a las desdichas, a la inflación que nos desaparece del mapa y nos somete a un cinturón indigno, a una manera de subsistir que nada tiene de decorosa.

Estoy, a decir lo menos, en un entalle preferencial. Mis cachetes encendidos son un embuste, una apariencia ineludible para que no adviertan el vacío propio, que es el mismo, que por ahora, somos todos… que no noten que en las casas ya no hay pesebres para los Reyes Magos y las bolitas de Navidad son preferibles albóndigas de carne a precios de ojos de la cara.

La lágrima no está en el pino rociada de nieve falsa, viene en el mirar perdido de un padre que no tiene cómo dar alegría a sus hijos con ese mezquino salario con el que enfrenta un cosmos que lo desconoce y esa tiranía que lo doma arrastrándolo al foso del que no encuentra salida; toda una condenación a la que el supremo y sus apóstoles no loan la resurrección del credo marxista en la gracia de la espuria ANC…

Vestigio 4

Al fin me alzo y en el camino al tocador hay un rostro desacoplado. Solo al rato siento que estoy a un paso de cristianizar a cualquiera. Que estoy a un metro de más inercia y menos argumento. A un paso de dejar de lado este terrenal sin reyes magos, pesebre, ofrendas y cena de 24 con la familia y 31 con los demás; que la Nochebuena patinará entre gentes que carcajeaban sin temer a la misa de gallo. Pero en revolución nos dejaron sin fiesta de Año Nuevo, sin la emoción de Santa Claus o el Niño Dios. Que nunca hubo un edén porque siempre ha sido su infierno un caudillaje de almas endemoniadas que nada les vale la costumbre, a no ser que sea de la rapacería y la tracalería desvergonzada.

Hasta los titanes de la tiranía dejaron en default toda nuestra Navidad. ¡Infeliz Año Nuevo! será la otra oración para vitorear todo aquello que por ahora no consiente celebración o la admite sólo para esos santificados en divisas a los que poco les concierne la cuita del poblador al desnudo, sin esa deidad que le sirva para subir el espíritu del chico que espera la alegría de su regalo navideño que tal vez no llegue por la distraída chimenea en la que el barbudo suele asomarse, en esta cuna de mortal es sin epifanía.

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