Escenarios del país: Acercándonos a la suprema felicidad

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En esta nota procuro responder, más allá del cinismo que pudiera significar en este momento de penurias económicas mayúsculas, preguntarse si Venezuela se acerca o se aleja de la felicidad. La respuesta es ambigua, según el cristal con que se mire, dependiendo de lo que se entienda por “felicidad” y cómo se mida.

El profesor Isaías Covarrubias en su blog La economía sí tiene quien le escriba, nos auxilia cuando hace saber que uno de los estudios modelo al respecto es el World Happiness Report, elaborado desde hace cinco años por la ONU. El informe anual correspondiente a 2017, publicado en marzo, midió la felicidad en 155 naciones, del cual se obtuvo un ránking basado en el puntaje del índice de felicidad de cada país.

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“En el estudio destacan cuatro países nórdicos entre los cinco más felices: Noruega, Dinamarca, Islandia y Finlandia. El otro país ubicado en la cúspide es Suiza. Por el contrario, los cinco países más tristes del planeta son cuatro africanos: Ruanda, Tanzania, Burundi y República Centroafricana, a los que se agrega Siria. Observando los resultados de América Latina, se constata que los cinco países que puntuaron mejor fueron, en este orden, Costa Rica (12); Chile (20); Brasil (22); Argentina (24) y México (25). Por el contrario, Venezuela siguió descendiendo en su índice de felicidad, cayendo hasta la posición 82”.

El estudio se basa en el análisis de seis factores: ingreso per cápita, salud y expectativa de vida, libertad, generosidad, apoyo social y ausencia de o mínima corrupción en las instituciones del gobierno y en el sector privado.

Según las Naciones Unidas cada vez nos alejamos del objetivo. Pero, según los criterios oficiales venezolanos, nos estamos acercando, ya que parte de otra definición vigila otros indicadores, especificando que la felicidad tiene carácter “social”.

La suprema felicidad social, como objetivo, está contemplada en el Plan de la Nación 2007-2013, conocido como Primer Plan Socialista. Plantea como desiderátum “que todos vivamos en similares condiciones”, eliminar las “diferencias en la remuneración derivadas de la posición jerárquica en la división del trabajo”. Más aún, “Suprimir la división social del trabajo”. En otras palabras, un especialista y un trabajador raso han de devengar salarios similares.

Tales postulados contradicen tratados internacionales vigentes sobre la materia y la propia doctrina socialista, sobre la cual se asienta el discurso. Marx insistió, precisamente, que las remuneraciones al factor trabajo en una nueva sociedad tendrían que atender al principio de “A cada quien, según su capacidad, a cada quien según su necesidad”. Eso equivale a decir: según el mérito, calificación y competencia. Nociones despreciadas por el sedicente socialismo venezolano, en el cual se promueve la nivelación “a juro”.

En efecto, en Venezuela se ha ido cerrando la brecha entre los salarios de la población trabajadora, tal como refleja el Coeficiente de Gini(*) que recogen las estadísticas oficiales. Un valor cercano a cero indica mayor igualdad en los ingresos. Cercano a 1 registra una distribución desigual. Arribar a un 0,33 en 2015 después de estar en 0,45 en 2005 constituye logro notable no exento de controversia. La “homologación” que viene ocurriendo se aparta de lo dispuesto en el art. 91 de la CRBV, que impone al Estado la obligación de efectuar ajustes anuales al salario mínimo en proporción con el valor de la canasta básica. El interés de “nivelar” está por encima de vivir bien.

En línea con tal propósito, la política salarial desarrollada en la última década ha querido que las revisiones salariales mediante convenios colectivos procedan cada dos o tres años, concediendo ajustes inferiores a la inflación. Mientras que, por otro lado, el Presidente de la República decreta aumentos cada tres o cuatro meses al salario mínimo acoplándolo con las restantes escalas. Por esta vía “todos tendremos igual salario”. Salario único, sin importar si se trata de trabajadores activos calificados, obreros rasos, jubilados, pensionados. Adicionalmente, los no trabajadores, los excluidos de la estructura productiva por cualquier razón, percibirán ayudas a través de misiones o programas de asistencia, con el fin de entrar en la homologación, colocando en evidente desventaja a quienes “se ganan el pan con el sudor de su frente”. Esta absurda práctica ya aconteció en países que adoptaron el llamado socialismo real.

Lo anotado en párrafo anterior ha sido fuente de conflictividad laboral en el país. Ha encontrado enérgica resistencia, sobre todo en profesionales y técnicos de alta calificación, estudiantes, que no se resignan a la proletarización generalizada. La emigración de jóvenes talentosos y la fuga de cerebros, son secuelas de ese igualitarismo.

En septiembre 2017, salió en Gaceta Oficial el nuevo tabulador para el sector público, en el cual se aprecia diferencias mínimas entre los diversos tipos de trabajo y calificación personal. Mejoran las remuneraciones de nivel inferior, mientras que los demás reciben incrementos menores a la inflación. El Presidente se ha erigido en autoridad única en la fijación de salarios, de precios y de bonificaciones.

Paradójicamente, mientras se asiste al generalizado deterioro de las condiciones de vida de los venezolanos, según el rasero oficial, nos estamos acercando a la suprema felicidad. Ironías aparte, dejo a usted, amable lector, las conclusiones.

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