El gobierno de Nicolás Maduro acaba de enviarle un mensaje al mundo cuya lectura a través de La Ley Constitucional contra el Odio, por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia, en vigencia desde el jueves 9 de noviembre, nos define a los venezolanos como gente soez, canalla, baja y ruin.
De acuerdo al artículo 3 de la citada ley, éramos unos locos incontrolados dándole rienda suelta a nuestros instintos perversos. Dice así: “El pueblo venezolano tiene el derecho irrenunciable a la paz, la convivencia pacífica y la tranquilidad pública. Se declara a la República Bolivariana de Venezuela como un territorio de paz, contrario a la guerra y la violencia en todas sus formas, expresiones y manifestaciones. Se consideran contrarios al derecho humano a la paz cualquier forma de violencia política, odio, discriminaciones e intolerancias”.
El odio es una aversión o repugnancia violenta hacia una cosa que provoca su rechazo.
Según el ministro de comunicación e información, Jorge Rodríguez, la ley protege a todas las personas que se han sentido segregadas, agredidas o discriminadas por otros que pueden considerarlos minoritarios, o sea…
¿El desabastecimiento, la inflación y el hambre son problemas relevantes?
Nunca el pueblo venezolano había sido tan golpeado por el hambre como en la actualidad y eso no produce odio sino rechazo.
La sociedad venezolana está sometida al miedo, a la desinformación y al cinismo moral y estamos en un punto importante de inflexión entre la sumisión y la rebeldía, no del odio porque las personas agotan toda su energía en la lucha por la supervivencia, sin fuerza para motivaciones de más alto nivel.
Tal vez nuestra forma salvaje de vivir se dibuja cuando al salir a la calle a las labores cotidianas, muchos venezolanos protegemos nuestros hogares con rejas, cercos eléctricos, cámaras, monitores y alarmas electrónicas, entre otros mecanismos de seguridad para poder sobrevivir de los depredadores.
Una Venezuela brutal es tener motorizados a diestra y siniestra saliendo y pasando por donde les da la gana sin respeto a semáforos, otros conductores y mucho menos a peatones sin una autoridad que los controle en las vías, autopistas y carreteras.
Los espacios públicos invadidos de tarantines por doquier donde se ofrecen cualquier tipo de servicios, desde limpieza de uñas o cortes de cabello hasta servicio de alimentos, y donde a empujones y sorteando obstáculos usted puede comprar cualquier cosa, o guardias nacionales en las carreteras extorsionando a agricultores que tratan de pasar su mercancía para venderla en la ciudad.
Nuestra tasa de homicidios comparada con la de otros países del mismo status, nos diseña como una Venezuela salvaje.
¿Habrá odio en las expresiones de Mario Silva en su espacio “Las Hojilla” o en las de Diosdado Cabello dando con su mazo? Entonces, ¿dónde se promueve el rencor?
La Ley en cuestión somete a una persona a 25 años de prisión por un supuesto delito de odio, cuando en Venezuela la pena máxima por homicidio es de 30 años.
Este es el país de odio para el cual nos acaban de crear una ley, aunque se dice que
no hay ninguna forma de amor que no encierre una pizca de odio. Tal vez por eso Nicolás dice que nos quiere, porque del odio al amor, tan solo hay un paso.
“El odio hace más daño al que lo siente que al que lo genera.”