Editorial: Más coherencia, por favor

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No se trata de enfilar las baterías contra la MUD, ni de “hacerle el juego” al Gobierno; tampoco es cuestión de erigirse en “radicales”, como se suele descalificar a todo aquel que dentro del universo democrático profiere alguna crítica, o reparo, respecto a la actuación de quienes asumen el liderazgo opositor.

Lo prudente es dejarle al Gobierno la tarea de atacar a la MUD, eso es cierto. Pero también es verdad que un puñado de partidos no puede ir, de error en error, sepultando la esperanza de todos en la búsqueda de una salida de este interminable, sórdido y mortal túnel.

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Para comenzar, ¿de qué MUD hablamos? Y, peor aún, ¿de cuál Unidad hablamos?
Porque la coalición opositora se desinfló tras las elecciones regionales, se quedó sin habla ni emite señales de vida, y dejó al garete a partidos y “dirigentes”, en una sarta ininteligible, cual Torre de Babel, de posiciones aparentemente espontáneas, en solitario, y de continuo contradictorias. Se impuso en quienes deberían marcar el rumbo, y los tiempos de la lucha, un dibujo libre carente de todo arte, sentido y pertinencia.

No se hizo, ni siquiera se ensayó, un análisis sereno, profundo, y, sobre todo, sincero, de lo que pasó el 15 de octubre. ¿Por qué de las 16 gobernaciones que se daban por “seguras”, solamente se salvaron cinco? La intención, desatinada, de eludir toda responsabilidad frente a esa debacle, llevó a achacar entera la culpa a la abstención, es decir, a los demás. ¿No valdría la pena buscarle una respuesta al por qué la gente, que acababa de incendiar las calles del país pidiendo elecciones, al final se inhibió en masa? Quizá sería bueno aclarar por qué si el Zulia fue el estado del país con abstención más alta (44.26%), sin embargo allí ganó Juan Pablo Guanipa, de PJ. Y, además, por qué si Lara registró una de las abstenciones más bajas (35.98%), aquí perdió Henri Falcón.

El hecho de que se haya exacerbado la diáspora de venezolanos hacia el destino, del exterior, en que al menos no les cierren las puertas, retrata, con dolorosa fidelidad, cómo se ha propagado la desesperanza. En esta agónica sobrevivencia de todos los días, el ciudadano común adivina que por encima de sus flaquezas, de sus miserias, apenas puede confiar en sus propias y desfallecidas fuerzas. Cunde, con todos los peligros sociales que eso entraña, la desorientación. Es el desconcierto de una sociedad que extravía las referencias, las coordenadas, que de repente no atina a distinguir una opción creíble, no encuentra dónde fijar su mirada, hasta restaurar su ilusión.

Uno de los puntos más deplorables es el de la sospecha, la desconfianza que algunos figurones despiertan con sus bellaquerías, preñadas de ambición personal. A eso contribuye el preso político que sale de la cárcel para ser candidato unas horas después, y el que hasta en una perfecta sincronización con los intereses del oficialismo, regresa del exilio y recupera sus derechos, lo habilitan a tiempo mientras a tantos otros los sacan del juego, sólo para que ocupe el lugar que deja vacío un gobernador electo, en su mismo estado, tras demostrar Guanipa la gallardía de no arrodillarse ante la “prostituyente”, como sí lo hicieron los otros cuatro, de un mismo partido, precisamente, para mayor ironía, el que bautizó así, por ilegítima, e inconstitucional, a la Asamblea Nacional Constituyente.

El pésimo manejo que se le vuelve a hacer al diálogo, tomado para sí por dos o tres dirigentes de partidos, esparce una enorme sombra de duda, en momentos en que el Gobierno vuelve a desesperarse porque necesita que la Asamblea Nacional, la que preside Julio Borges, avale el refinanciamiento de su impagable deuda externa, de más de 150.000 millones de dólares.

La oposición es, ahora, una mayoría desorganizada, y así no llegará a ninguna parte. De nada valdrá que la MUD renazca con sus mismas falencias, de espaldas a la sociedad, apenas con una agenda electoral, inmediatista, sin un programa serio para el rescate integral de Venezuela; ajena, como ha estado, al drama de una nación que se hunde en sus miserias, económicas y espirituales, en sus aniquiladores desconciertos.

Es cuestión de pensar, y de actuar, pero ambos con sentido de grandeza. Y de recuperar valores indispensables en toda empresa humana: entrega, lucidez, interpretación de los reclamos históricos. En fin, más coherencia, por favor.

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