Una de las cosas más desagradables de la Venezuela de hoy es ir al banco. La diligencia que antes tomaba media hora, ahora toma tres, cuatro o más horas. El jueves pasado esperaba en una de esas colas. La gente en general se veía conformista –lo que me mata- pero al menos había orden. Hasta que llegó una señorita que caminó al lado de la larguísima fila y escoltada por el guardia de la oficina, se coleó. Un señor de camisa azul se quejó con el guardia: “¿qué falta de respeto es ésa, si nosotros tenemos casi tres horas haciendo fila?”. La respuesta del guardia fue “ella es empleada del banco, es más importante que ustedes”. Esas categorizaciones de la nueva Venezuela son en verdad chocantes. Si la señorita era empleada del banco ha podido hacer su diligencia por la “parte de atrás”. Yo pensé en mi mamá que odiaba que yo me quejara. Decidí convertir aquella pesadilla en una experiencia antropológica.
El señor de azul se acercó a la coleada: “obviamente usted no está embarazada, ni es discapacitada, ni de tercera edad”. Ella ni lo vio. Otro señor que hablaba con acento portugués también comenzó a quejarse. El de azul dijo en voz alta y clara: “Venezuela es una “M” (con todas las letras) por gente como ella, sin empatía con sus compatriotas, abusadora y maleducada”. Y allí se armó la sampablera. Salieron a relucir todos los estereotipos de subdesarrollo:
La señorita que había causado el zaperoco: la abusadora. El que estaba delante de mí sentenció “a acostumbrarse que esto es Venezuela”: el conformista. Un muchacho gritó desde atrás al de azul y al portugués que “no le faltaran el respeto a una dama”: el picapleito. La señora que estaba delante de mí repetía que “todos tenían razón”: la incapaz de tomar partido. Otra se vino de más atrás a gritarle al primer señor “tú, blanquito, vete para tu país”: la racista. Varios a coro le gritaban al portugués que para qué estaba en Venezuela, que se fuera de vuelta para Portugal: los xenófobos. La gerente de la sucursal miraba desde las cajas sin tomar partido: la inepta. El guardia sentía que se la había comido: el que no conoce sus obligaciones.
En resumen, una muestra de lo ingobernable que se ha vuelto nuestra sociedad, donde campea el subdesarrollo sin que nadie le ponga coto. ¡Qué difícil va a ser reconstruir esto!
@cjaimesb