En la Historia de Venezuela el odio tiene sus páginas marcadas. Lo practicó Boves en sus troperías. Se le critica a Bolívar con el Decreto de Guerra a Muerte de 1813, en el que expuso a españoles y canarios inocentes al escarnio, en su afán de fundar la nacionalidad y en la prisa por tomar el poder en Venezuela. Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, lo llevaron a la práctica en asesinatos, desapariciones y detenciones políticas y ahora lo propone el dictador Nicolás Maduro en su afán de amputar toda oposición a su régimen.
Si alguna ideología política no tiene autoridad moral para hablar de erradicar el odio es el marxismo en sus expresiones políticas, llámense comunismo soviético, maoísmo, jemeres rojos, castrismo o chavismo. Donde quiera que en el mundo se estableció un régimen de socialismo marxista, el odio contra el adversario cobró miles de vidas de las filas de los opositores al totalitarismo.
La Gran Purga de Stalin de 1937 a 1939 en Rusia mató a más de 6 millones de personas. El comunismo soviético acabó con la existencia de doscientas mil personas en los países bálticos invadidos, a saber Letonia, Lituania y Estonia. Sufrieron persecución y muerte centenares de ciudadanos de la Europa del Este opuestos al comunismo, que son recordados cada tercer domingo de mayo en lo que se ha dado por llamar el Día de la Memoria.
La llamada limpieza étnica, traslados de población, terror y represión se ejercieron en la China de Mao y en los días de la Banda de los Cuatro en la humanidad de millones de chinos. Los Jemeres Rojos de Camboya asesinaron a 2, 5 millones de opositores.
Con la Revolución Cubana Fidel Castro y el Che Guevara llevaron al paredón a cientos de disidentes al punto que historiadores cubanos han declarado que es imposible cuantificar el número de muertos por el régimen en fusilamientos extrajudiciales, prisiones y opositores en general. El propio Fidel llegó a decir en los años ochenta “Si, yo soy Stalin, mis muertos gozan de buena salud”.
El horror de los asesinatos de las dictaduras marxistas llevaron al izquierdista José Saramago, Premio Nobel portugués a condenar estas prácticas afirmando que “Disentir es un acto irrenunciable de conciencia”.
Al proponer Maduro esta ley contra el odio, se inscribe en esta lista abominable de dictadores que para sostenerse en el poder le dan legalidad a la arbitrariedad del poder judicial. Se trata de un texto ilegal e ilegitimo, porque no lo emanó la Asamblea Nacional y no le fue consultado al pueblo mediante un referéndum, siendo una materia tan grave. Una “asamblea constituyente” como la auto constituida por el régimen, debe dedicarse a proponer una constitución y no puede hacer leyes, ni convocar elecciones y mucho menos darle a esta ley rango constitucional.
Hay que tener cuidado con los que buscan la paz de los sepulcros y los diálogos insinceros, porque como dice un Anónimo: “Cuando todos los odios han salido a la luz, todas las reconciliaciones son falsas”.