Son innumerables los calificativos negativos para definir al actual régimen venezolano. Es más, cada vez resulta generoso, benévolo, el calificativo más duro que se nos ocurra. Personalmente me parece haber agotado el diccionario castellano ante la barbarie de la conducta oficialista. Nunca pensé que en Venezuela hubiera gente de la catadura moral como la que hoy gobierna al país. Hoy traigo a colación un adjetivo, también benévolo, pero gráfico: la indolencia. La indolencia es esa actitud impasible, donde resalta la negligencia, la insensibilidad, la indiferencia o lo que es peor, el deseo de demostrar la maldad intrínseca de ellos mismos, tratando de atemorizar con esa fría y perversa maldad.Indolente viene del latín “indolentis”, cuyo significado es “el que no sufre” y en efecto el actual régimen ni se conmueve ante el sufrimiento cada vez mayor del pueblo.
En mi ciclo vital he sabido o he visto varios hechos trágicos ocurridos en Venezuela, algunos por fenómenos naturales, otros por hechos humanos o cualquier otra razón. En todos ellos, si revisamos la historia de cómo fueron atendidos,nos encontramos con gobiernos preocupados y movilizados para resolver las tragedias presentadas. Los terremotos de El Tocuyo en 1950 y el de Caracas en 1967, la tragedia de los maestros en el Parque La Llovizna y la caída parcial del Puente sobre el Lago de Maracaibo en 1964, los deslaves en Choroní en 1986, el terremoto de Cumaná en 1995, varias tragedias aéreas y embarcaciones extraviadas, en todos esos hechos los respectivos gobiernos fueron diligentes y preocupados. Pero ya en 1999, cuando la tragedia de Vargas, el presidente Chávez dio muestras de una gran insensibilidad por lo que ocurría y actuó con indolencia, llegando al punto de no aceptar la ayuda gratuita e incondicional que se le ofrecía a su gobierno desde los Estados Unidos de Norteamérica. Hoy en día vemos y oímos cantidad enorme de hachos trágicos: No hay medicinas, que a mi parecer es lo más grave; no hay alimentos; no hay materia prima para ningún servicio importante; no hay artículos para el aseo, lo que viene ocasionando enfermedades de la piel muy delicadas; no hay seguridad personal y menos seguridad jurídica; no hay repuestos para los equipos médicos más indispensables; mucho menos para automóviles; no hay dotación para las escuelas; hay, eso sí, una gran deserción escolar; no hay hospitales bien dotados para ninguna operación quirúrgica, ni siquiera para los partos y la atención de las madres y recién nacidos. Ante todo esto el gobierno ni se inmuta, no responde, calla, como si nada fuera con él. En el caso de la salud, el médico que denuncie es perseguido y en muchos casos despedido y hasta detenido.
Sin embargo, lo que más duele en este momento, es que la indolencia se contagie y los sectores democráticos lejos de buscar una solución a los problemas que el régimen no quiere o no sabe resolver, se desunan y no asuman su responsabilidad. Combatamos la indolencia y la desunión.
Indolencia
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