Estado de emergencia

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Cuando una situación llega a catalogarse de “estado de emergencia” implica que ciertas condiciones se flexibilizan o suprimen en aras de agilizar las respuestas. Un buen ejemplo son los estados de excepción, en los que ciertas condiciones básicas de la Democracia se suprimen en aras de un bien mayor. Si bien esto es válido, es también muy peligroso pues da libertad para que unos pocos decidan unilateralmente lo que es mejor para la mayoría, y como se sabe esa es la fórmula que invariablemente conlleva al autoritarismo. Por ello la Democracia, y particularmente el marco normativo, son fundamentales.
Lamentablemente ese “estado de emergencia” se ha instalado en la cotidianidad de los venezolanos. Ante la crisis económica, su consecuente arrase social, y la incertidumbre en general, las personas se auto justifican violando normas mínimas de convivencia, como es el caso del irrespeto a los espacios públicos, como por ejemplo las vías de tránsito, hasta llegar al ámbito de la comunidad con la que se convive (vecinos, incluso la familia). De esta manera la moral se flexibiliza a la misma velocidad con la que las carencias materiales y la fractura social se aceleran.
En estos días hablar de estas cosas pude parecer una nimiedad, precisamente porque las mentes están en ese estado de sobrevivencia al que llevan las emergencias. Sin embargo, la gran lucha en estos momentos es no perder el sentido de humanidad, es no dejar que las circunstancias transformen a la sociedad (y todas sus connotaciones de convivencia) en una masa amorfa de seres vivos que solo buscan sobrevivir, sin importar cómo. Una de las grandes luchas hoy en Venezuela están precisamente en conservar esa humanidad para el porvenir, sin ello ninguna otra lucha vale la pena.
Venezuela saldrá de sus circunstancias adversas actuales, y desde el punto de vista económico se recuperará. Pero el tejido social requerirá más tiempo, y sin éste ningún proyecto de desarrollo será realmente viable. Hoy la lucha es por sobrevivir, de eso no hay duda, pero es fundamental no convertirse en el camino en aquello contra lo que se está luchando. En Venezuela urge que el marco normativo sea respetado, que las personas confíen en quienes eligen, que en las diferencias se busquen puntos de encuentro con respeto y argumentos, en fin, que se acabe el estado de emergencia.
Un ejercicio de reflexión personal bastará para percatarse que esas urgencias que tiene el país no distan mucho de las propias urgencias de la comunidad en la que convivimos, donde hay cierta propensión a flexibilizar las normas “por un bien mayor”, donde el respeto de ha ido perdiendo, y donde los ataques personales sustituyen los argumentos. Al final el resentimiento generado por las circunstancias del país se lleva también al entorno más inmediato, borrándose así cualquier posibilidad de encontrar un refugio con el cual lograr cierto equilibrio vital.

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