En cuestión de pocas semanas hemos asistido a una vorágine de acontecimientos que complican aún más el escenario político para el 2018. La mayoría de los partidos que conforman la MUD, Acción Democrática, Primero Justicia, Voluntad Popular, Causa R, y Alianza Bravo Pueblo manifestaron su decisión de no participar en los comicios municipales previstos para diciembre.
El lamentable enfrentamiento público entre los miembros de la MUD mostró claramente al país que la unión entre las diversas fuerzas que componen la alianza es una ficción que se desmoronó con el fracaso electoral del pasado 15 de octubre y el reconocimiento de los gobernadores de AD a la Asamblea Nacional Constituyente.
El dilema de asistir o no a la elección municipal es estéril. Seguir actuando como si estuviéramos bajo un régimen liberal, con instituciones y normas democráticas constituye uno de los mayores errores de la dirigencia opositora.
Pero, por otra parte, la abstención no es una estrategia. Representa un callejón sin salida porque los actores políticos salen voluntariamente del juego electoral y los electores se desmovilizan. Ya la oposición probó esta vía en el pasado y fracasó estrepitosamente.
El punto es que si el mensaje que se envía al electorado es “no votes” y paralelamente no se propone ninguna estrategia de lucha, la consecuencia inmediata es la profundización del desánimo, la desconfianza y la frustración del electorado opositor y del independiente.
En vez de recriminarse públicamente los líderes deben tratar de reconstruir la confianza y para ello es fundamental que actúen con honestidad y demuestren con hechos que existe coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Recuperar la confianza implica también pensar en una Venezuela mejor a la actual y convencer a los ciudadanos de que es totalmente posible.
Para lograrlo hay que trabajar por una nueva institucionalidad que permita una mejor articulación de los factores democráticos y el deslinde de aquellos actores que buscan el cambio a través de la vía insurreccional o de una intervención extranjera.
Es iluso pensar que los ciudadanos por sí solos e individuamente van a lograr el cambio político. La crisis de la MUD abre otra vez la peligrosa puerta de la antipolítica. Los brahmanes de la antipolítica, escudados en el pernicioso “váyanse todos”, arremeten contra los partidos y los políticos, y luego se vuelven contra los medios de comunicación, los empresarios y todo lo que sea “establisment”, para finamente dar el zarpazo y arrasar con todas las instituciones, como ocurrió en nuestro país a fines de la década de los noventa.
La abstención también forma parte de la antipolítica y en sí misma no representa ninguna estrategia. Revela improvisación por parte del liderazgo político. En unos meses y bajo unas condiciones aún más desiguales que las actuales, será más difícil pedirle a la gente que vote en las presidenciales.
Dadas las condiciones actuales, a las elecciones no se va a ganar cargos y a implementar un programa de gobierno, se va como una estrategia de lucha de largo aliento para organizar fuerzas y fortalecer la legitimidad del liderazgo.
La elección presidencial está a la vuelta de la esquina y ya avizora su adelanto para el primer semestre de 2017 dada la parcialidad del árbitro electoral. Dejar a un lado el voluntarismo, y la emocionalidad contribuirá en la articulación de un movimiento nacional que promueva una candidatura presidencial unitaria, frente a la tentación de dividir el voto opositor, que aseguraría la reelección de Maduro.
Al mismo tiempo, hay que seguir fortaleciendo el apoyo de la comunidad internacional. Presionar desde el frente partidista y de la sociedad civil para lograr observación internacional calificada que pueda asegurar un mínimo de imparcialidad para la elección.
Si los factores democráticos no acusan recibo de sus errores y recomponen rápidamente las alianzas políticas con miras a lograr un cambio democrático, el proceso de autocratización se consolidará.
