“La palabra de Dios nos invita a través de este texto a reflexionar sobre la tentación de la hipocresía, tomando como modelo los fariseos.
Se da en ellos una incoherencia entre lo que dicen y lo que hacen, con una ceguera culpable, a no querer reconocer la verdad: “¡Guías ciegos!, ustedes cuelan un mosquito pero se tragan un camello” (Mateo 23,24).
El hipócrita, a fuerza de querer engañar a los demás, termina engañándose a sí mismo, y se enceguece, es incapaz de reconocer la verdad plena, y ni siquiera sospecha que puede equivocarse, como tampoco que otros puedan pensar distinto. Surge inmediatamente la soberbia e intransigencia, junto a una ironía que subestima a los otros.
La hipocresía que distancia al corazón, de los labios, puede inducir a cualquier ser humano, a disimular intenciones malignas. El que actúa sabe elegir entre los preceptos o disponerlos con una sutil lógica de tal manera, que puede filtrar un mosquito y engullirse un camello (Mateo 23,24) o valerse de prescripciones divinas para sus intereses de rapiña.
La mecanicidad, quizás se puede superar, pero la hipocresía tiende a endurecer el corazón, ya que se pueden creer justos y se hacen sordos, a la conversión interior. “Y dijo esta parábola a unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: dos hombres subieron al templo a orar, uno era fariseo y el otro era publicano. El fariseo de pie, hacía en su interior esta oración: “Oh Dios, te doy gracias, porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos y adúlteros, no como ese publicano…” El publicano por el contrario, manteniéndose a distancia, no se atrevía a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo, “Dios compadécete de mí…” Les digo que éste descendió a su casa justificado y el otro, no.
“Porque el que se ensalza, será humillado, y el que se humilla, será ensalzado” (Lucas 18, 9-14).
La hipocresía, no permite realizar un servicio, sino representa un papel; ellos exigen, y hacen motines, pero no solucionan nada, sólo enredan y complican, por eso Jesús afirma: “Hagan y cumplan los que les digan, pero no imiten lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen. Preparan cargas pesadas e insoportables, y las echan a los hombros del pueblo, pero ellos, ni con un dedo quieren moverlas” (Mateo 23, 3-4).
Ahora, ¿Cómo podrá el hipócrita, sacarse la viga de su ojo, si se cree perfecto y sólo está pendiente en quitar la mota en el ojo del vecino? Se convierte en ciego que pretende guiar a los otros, sin saber qué quieren y a donde van.
Cegados en su prepotencia, aquellos fariseos, fueron incapaces de descubrir en Jesús, al Salvador; allá, hablan de la Ley del sábado a Cristo, no porque les interese la Ley, sino para impedir hacer el bien. “¡Hipócritas! ¡No suelta cada uno de ustedes su buey o su asno del pesebre en sábado y lo lleva a beber? Y a esta mujer, que es una hija de Abraham, a la que Satanás tenía atada, ¿No se le puede curar en sábado?” (Lucas 13, 15-16).
La hipocresía pues, es una tentación de siempre y de todos.
Por eso ¡Qué hermosa es la autenticidad de vida! ¿Qué fuerte nos hace, el tender hacia una sinceridad para con Dios, para con nosotros mismos y para con los demás. ¡Cómo nos realiza el decir y el vivir en la verdad!
Que sean, pues, las obras, las que manifiesten nuestra fe.