Desde Cuba hacia México, al rescate de “su majestad, el danzón”

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Considerado baile nacional de Cuba, el danzón, fusión de ritmos europeos y criollos, lucha por quitarse la etiqueta de «cosa de viejitos» para llegar a los jóvenes siguiendo los pasos de México, que lo ha adoptado, enriquecido y le da trato de «su majestad».

«Si México no adopta el danzón como manifestación importante de su cultura popular, seguramente hubiese desaparecido», dice a la AFP Miguel Zamudio, director del Centro Nacional de Investigación y Difusión del Danzón, con sede en el puerto mexicano de Veracruz, en el este del país.

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Derivado de la contradanza francesa, surgió el 1 de enero de 1879, cuando el músico cubano Miguel Failde presentó en el liceo de Matanzas «Las alturas de Simpson».
El danzón se caracteriza por un estribillo que se repite y en el que los bailarines descansan, conversan, las mujeres se abanican coquetamente o, al estilo cubano, caminan tomados del brazo. La parte final, la más alegre, es el montuno.

«Hay mitos sobre el descanso: que si es para enamorar a la pareja, que en Cuba lo utilizaban para pasar información de la revolución», explica Zamudio.

Se baila con el cuerpo erguido, en posición abierta o cerrada, y los compases son de precisión matemática.

En la plaza central de Veracruz, cuatro tardes por semana hay danzón con música en vivo de una «danzonera», como se llama a las orquestas.

Entre las bailarinas destaca Carolina Salinas, pedagoga de 26 años que baila desde la universidad. Porta un vestido de encaje de tonos ocre y zapatillas plateadas. Su cabello y maquillaje lucen impecables mientras se abanica delicadamente.

«En el danzón te enseñan que la imagen y la postura es importante tanto en la dama como en el caballero. Elegancia, eso es el danzón», resume.

Revitalizar el danzón

Tan pronto nació, el danzón llegó a México por Yucatán (este), pasó a Veracruz y de ahí a la capital, desde donde se contagió a todo el país por películas rodadas en los 1940.

Compositores mexicanos han alimentado con piezas míticas el repertorio de «su majestad, el danzón», como lo veneran, y alcanza niveles clásicos bajo la batuta del maestro Arturo Márquez, cuyo Danzón N° 2 ha sido interpretado por filarmónicas de renombre internacional.

«En Veracruz se mantiene una similitud con la forma de interpretarse y bailar como en Cuba, mientras en Ciudad de México el danzón ha tenido una evolución porque se ha involucrado con otros géneros», dice Zamudio al evocar los pasos casi acrobáticos de parejas capitalinas.

En Cuba, Ethiel Fernández Failde, músico de 25 años y tataranieto del padre del danzón, busca relanzarlo con su danzonera y promoviendo un festival internacional en Matanzas, en el noroeste.

Fernández Failde no cree que el danzón esté de capa caída en Cuba, pero concede que es necesario «revitalizarlo», darle mayor espacio, crear más danzoneras y difundirlo entre los jóvenes, amantes del reguetón.

«Se baila danzón todos los días en México, hay movimientos juveniles. Ellos realmente lo respetan mucho», explica el músico. «Las danzoneras solo tocan danzón y dentro de sus repertorios pueden llegar hasta más de 100 (…). En Cuba no tenemos esa posibilidad, ya no hay salones de baile».

Oscar Peñader llega impecable de traje y corbata a la peña de Arroyo Naranjo, en el sur de La Habana y donde hay baile dos domingos al mes.

«El Profe», de 92 años, es el decano de los bailarines, pero lamenta que toquen un puñado de danzones en un mar de guarachas y salsas. La afición por el danzón «ha bajado mucho, yo lo digo así. Si no lo actualizan más, (será) muy pobre. Solamente no es hablar de él, sino ejecutarlo en las sociedades. Y orquestas que toquen bien el danzón», dice.

Peñader camina con bastón, pero su cuerpo revive con el danzón. «¿Usted no vio que yo bailo sin el bastón? Porque la música me lleva, la siento en mi alma, en mis huesos», exclama.

Danzar y amar

A veces, el amor y el danzón van de la mano. Muchas parejas se conocieron bailando este género y otras se han vuelto a enamorar.

Los cubanos Lázara Genes, de 74 años, y Claudio Hernández, de 73, se conocieron en la peña hace 15 años siendo viudos.

Él la enseñó a bailar y se acoplaron tan bien que han ganado festivales. «Empezó a enamorarme, muy discretamente», cuenta Lázara.

Jesús Escobedo y María Isabel Cruz tienen 46 años de casados. Pensaban separarse hasta que se aficionaron al danzón en Veracruz.

«Ya andábamos perdidos», dice María Isabel. «Con el danzón nos hemos reencontrado».
«Estamos como recién casados», añade Jesús, quien inventó el romántico paso «el beso y la caricia».

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