Un cuadripléjico venezolano que vive en una barriada de Cabudare le ha pedido a Maduro que lo ayude a morir, según publicó El Nacional el 25 de octubre. Tras 12 años postrado en una cama, contando solo con la asistencia de su esposa y su hija, su esperanza de vivir mejor se ha agotado. La ayuda que recibe del Estado no alcanza para alimentarse y comprar antibióticos, guantes de látex, sondas, pañales, alcohol, etc.
Es comprensible, se siente abandonado y sin duda ve y valora todo el esfuerzo que hacen su esposa y su hija, testigos inocentes de una vida que no es vida. Pero también siente que no es justo esta carga sobre su familia. Sabe que no hay ley para la eutanasia y que un acto como éste es un riesgo legal que solo algún médico muy caritativo se atrevería a realizar.
Lo que sin duda debe hacerse, antes de llegar a la eutanasia, es mejorar sensiblemente la ayuda del Estado: aumentar el apoyo monetario, prestar ayuda de enfermeras especializadas, dotar de medicinas y materiales, dar apoyo psicológico tanto al paciente como a su familia, tal como ocurre en los países europeos donde más de un siglo de exitosas políticas de ayuda social han desarrollado un sistema protector completo. La solicitud de eutanasia es algo que debe estar solo al final del camino y el solicitante no debe ser empujado a ella por la grave desasistencia que siente sobre él y su familia. Pero es muy poco probable que esto tenga una mínima posibilidad de ocurrir.
Técnico industrial de 45 años, Marco intenta sobrevivir con una ayuda de 186.000 bolívares, cuando solo una sonda urinaria le cuesta 24.000 Bs. y un kilo de carne 50.000. “En la casa solo se come yuca o plátano, que es lo que se puede pagar”. Su esposa es costurera. “Pero no se vende nada y el material sube todos los días”.
Este es solo un caso entre cientos de miles de enfermos que estan muriendo poco a poco por carencias de medicinas y paliativos, pero al gobierno no le importa eso. El gobierno promete y promete pero no resuelve. No tiene ni dinero ni ideas para superar la situación. Tampoco tiene sensibilidad social para permitir la apertura de los canales humanitarios para que lleguen las medicinas que necesitamos, y no lo hace pues sería como admitir su fracaso en esta materia, o tal vez echarle a perder el negocio a algún enchufado: “Que se mueran, quién los manda a enfermarse” pareciera que es el argumento del gobierno.
El gobierno ha abandonado también el cuidado de quienes están bajo su responsabilidad directa: los presos. No se trata solo de evitar que se fuguen o se maten entre sí,también es esencial de que tengan condiciones ambientales aceptables, que no se enfermen y puedan reeducarse, no importa cuán terribles hayan sido sus delitos, no por eso pierden su derechos a la vida, a la esperanza ni a su condición de seres humanos. Pero sabemos de cuan indiferente es el sistema penitenciario ante las necesidades de los presos. El viernes pasado, El Impulso narró el caso de un joven penado que tenía años pidiendo ayuda por una tos persistente. Al irse deteriorando fue internado en la enfermería, pero no se le atendió y finalmente, en vista de su estado, le dieron la libertad, pero fue demasiado tarde: murió antes de salir y llegó a su casa en un ataúd: había muerto de tuberculosis, pero básicamente de abandono e indiferencia.Obviamente, se trata de un asesinato y una grave violación de los derechos humanos del preso, un hecho ya habitual en nuestro país. Afortunadamente, tenemos patria, aunque no sepamos para que sirve.
Como dijo George Bernard Shaw: “Los pañales y los políticos deben cambiarse con frecuencia, y por las mismas razones”.