La amabilidad del sarcasmo

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Pocos dudan de la extraordinaria pluma que fue Aníbal Nazoa, cuyo buen sentido de humor, varias veces sutil y, otras, lapidario, nos hizo tempranamente asiduos a sus libros y crónicas semanales. Vivenciándola, amaba intensamente la ciudad que buen espacio ocupaba en su tintero y, mortificado, desplegaba también un sectarismo político que llevó la impronta de una vieja militancia ideológica, cebándose –en uno de sus períodos culminantes– en la dupla adeco-copeyana, fuente de toda maldad.

Diferencias aparte, respecto a la interpretación que daba del momento político, nos satisfizo el espléndido juego de la ironía que, en definitiva, lo era del lenguaje. Por ello el mejor aporte de toda reedición está en salvaguardar algo más que la simple jerga cotidiana que supo rescatar, para abordar los hechos o situaciones que lo ocuparon.

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Olvidado el aniversario en medio de los duros y consabidos acontecimientos que todavía nos estremecen, circula una importante compilación: “Puerta de Caracas. Edición homenaje a los 450 años de Caracas” (Alcaldía de Caracas/Fondo Editorial Fundarte/ Gobierno del Distrito Capital, 2º edición corregida y disminuida, Caracas, 2017). Confesamente rebajada, versamos sobre una reedición de mediana calidad que, por un parte, no se compadece con el patrocinio de tres muy bien presupuestadas entidades públicas, y, por la otra, contrasta con la magnífica entrega digital de Mirelis Morales Tovar -“Caracas-en-450”- promovida por una entidad bancaria.

Inevitable, tomamos una pequeña muestra de los artículos originales de Nazoa y constatamos aciertos y errores de la nueva edición. Por ejemplo, respecto a las gratas expresiones que reflejan toda una época, el libro en cuestión refiere “jefecilismo” (97), mientras que el artículo originalmente publicado dice “jefecivilismo” (“La jaula de King Kong”: El Nacional, Caracas, 10/03/1978), perdiendo el dato de lo que significó esta autoridad pública décadas atrás; dice “tarabeteando” (119), en lugar de “tabarateando” (Ibidem: 18/06/1981), traicionando un verbo que aludía a las incursiones venezolanas en el extranjero, aunque es fiel el vocablo “catajarria” (117), a su original (Ibid.: 18/06/1981).
Presumíamos que tales errores de alto octanaje que afecta el pulcro neologismo de Nazoa se debían a los que recurrentemente propinan los programas informáticos, aunque las dudas recaen sobre la corrección misma. Simplemente no la hubo, porque son los mismos yerros de la primera edición de 2007, siendo comprobable gracias a la sección de libros de Google y su magnífico dispositivo de búsqueda interna (https://books.google.co.ve/books/about/Puerta_de_Caracas.html?id=UhofAQAAIAAJ&redir_esc=y).

No tenemos ánimo alguno de descalificar la iniciativa oficial, una de las pocas que puede ostentar, pero es necesario recalcar la inmensa responsabilidad de un Estado que, en el siglo anterior, hizo sus mejores esfuerzos por ediciones muy cuidadosas de obras que importaron y todavía importan a las sucesivas generaciones de venezolanos. Más aún, una materia delicada, cuando se trata del habla susceptible de posteriores distorsiones que tienden a desdibujarnos social e históricamente.

Por lo demás, un régimen que, en más de una década, acumuló importantes recursos para publicar hasta veinte millones de libros, beneficiado por mil millonarios créditos adicionales para adquirir imprentas, tinta y papel, nada más en un lustro, exhibe muy pocos títulos que prontamente ingresan al “basurero ideológico”, por citar una feliz sentencia del entonces diputado Homero Ruíz, al ventilar el asunto dos o tres años atrás en la Asamblea Nacional. Quizá esa maquinaria de impresión está en ruinas, quizá se encuentra agotada tras los gigantescos tirajes de propaganda monopartidista, pero lo cierto es que ni una comisión parlamentaria puede chequearlo y ya no está Aníbal Nazoa para comentarlo, como seguramente lo hubiese hecho con la amabilidad del sarcasmo.
(*) Textos referidos de Aníbal Nazoa: https://lbarragan.blogspot.com/2017/10/nazoadas.html

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