Pido excusas a mis lectores por la carga irónica que podría contener este artículo. Poco me gusta utilizar tal recurso, pero ya es tiempo de pedirle cuentas a quienes estimulan el desánimo en los electores, para que éstos pierdan interés en activar el único instrumento que tiene un pueblo democrático. Poder que puede derrotar o debilitar los soportes de los regímenes totalitarios cercenadores de garantías sociales y libertades públicas, como es el insólito caso de Venezuela.
Es lógico que cualquier persona o grupo de ciudadanos con criterios políticos, en el marco de sus naturales aspiraciones, escojan y apliquen los métodos de lucha que más los acerque a la coronación de sus objetivos. Lo más conocido hasta ahora, en esta materia, es la organización de individuos con ideas afines, en partidos políticos. A través de éstos se planifican y se desarrollan estrategias apropiadas, con la finalidad de participar en los procesos electorales a los que haya lugar, siempre con el propósito de ganar.
Desde tiempo inmemorial se dice que “a nadie le gusta perder”: por eso he llegado a la conclusión que en este momento, quienes promovieron de mil maneras la abstención a la elección de gobernadores, deberían anunciarle al país cuántos gobernadores le quitaron a Maduro. O por lo menos, decirle al país cuál fue el daño que le causaron al régimen. “Ganó la abstención”, pero los criminales culpables del hambre y la tragedia nacional están muy contentos con ese triunfo de los abstencionistas.
Soy un demócrata por convicción. Desde muy temprana edad me fascinó la lucha política. En 1974 me distancié de la militancia partidista, pero nunca he abandonado el escenario de la política. En este ejercicio he vivido los vaivenes propios de la confrontación de ideas; pero jamás he promovido la “muerte del voto”. Éste es el arma más poderosa de los demócratas. Sin embargo, el voto sólo pesa, decide y golpea, cuando sale de nuestro libre pensamiento y lo conducimos hasta las urnas electorales. ¡El voto es tan poderoso, que es a lo que más le temen los regímenes con vocación dictatorial!
Vale decir que el pueblo ninguna culpa tuvo en subestimar su poder; la tienen los promotores del desánimo electoral, pero a lo que sí está obligado el país es a pedirle a éstos que como “ganó la abstención”, aprovechen su “triunfo” para que enfrenten con guáramo la tragedia que padecemos. Se supone que los ganadores dispondrán de todo el poder para hacerlo. Si así sucediera, habría que proclamar: ¡Vivan los promotores del abstencionismo!
ANTONIO URDANETA AGUIRRE
Educador – Escritor
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