Pues den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21) De la misma manera que Dios ha tomado semblanza humana en Cristo, y ha entrado en el mundo, así también el cristiano debe tomar parte en ese mismo mundo, insertándose en él.
El personalismo abierto al sentido comunitario, no se agota en normas universales sino que exige situarse en el tiempo, integrarse en la situación existencial.
El hombre ha sido creado a imagen de Dios, no sólo para dar testimonio del Don recibido, sino como programa y compromiso ético que apunta a la plena realización del mismo.
Adán no es ni un dios vencido, ni una parcela de espíritu, encarcelada en una corporalidad negativa, sino que Adán aparece como criatura, en relación constante y esencial con Dios. Adán salido de la tierra, no se limita a la tierra, aún cuando debe cumplir en ella una misión importante, su existencia está suspendida del “espíritu de vida que Dios le insufla”
De tal manera que la fe, no viene como algo añadido, en su naturaleza humana sino que desde su origen entra en su misma estructura personal.
Por eso Dios y hombre, conllevan una relación plena de sentido.
La relación que une al hombre con Dios, es vital, ella se expresa a través de la fe, que acata sus valores y mandatos.
Dios sitúa al hombre en una creación bella y buena para que la cultive y la guarde. Al presentarle a los animales, Dios desea que Adán exprese su soberanía sobre ellos, dándoles su nombre. Le señala de esta manera que la naturaleza no debe ser destruida sino, orientada, puesta al servicio del hombre. Pero este tener dominio digno sobre la naturaleza no sustituye la obediencia y aceptación a la voluntad de Dios, a su plan salvífico. Así pues, el hombre no halla el sentido de su ser y de su existencia, sino en Jesucristo, el Hijo de Dios que se hizo hombre para que nosotros fuéramos hijos de Dios (Ga 4,4)
Indiscutiblemente que algunos hombres de hoy pudiesen pensar que si existiese una vinculación estrecha entre derechos humanos y derechos divinos, entre ciencia y fe, o entre lo humano y lo divino, esto pudiese ir en detrimento de la autonomía humana, de la sociedad civil o de la ciencia.
Pensamos que esto se opone a la verdad, aún cuando pudiese haber habido excesos de un lado o del otro, en la historia. No creemos que cuando el Señor expresa: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, quiere decir, que la sociedad civil vaya por un sendero y la vida de fe vaya por otro totalmente opuesto. Y que entonces que el César haga lo que se le ocurra y la religión también, sin tomarse en cuenta, y en total oposición. Es autonomía, pero entendida esta como un poseer valores y leyes propias de acuerdo a su verdadera naturaleza y fines específicos, para los que existe, a su vez que el hombre debe ir descubriendo, ahondando, conociendo más y usando esos fines antes dichos, pero obedeciendo a Dios.
Recordemos que esos fines, responden a los que el hombre notable- mente anhela, pero que también son queridos por Dios. La autentica autonomía terrenal enseña que la misma naturaleza posee consistencia, ordenamiento y bondad, que el ser humano debe respetar (Concilio Vaticano II, la Iglesia en el mundo actual 36) y aplicar la metodología de cada área científica, ya que tanto la ciencia como el arte y la fe, tienen su origen primero en Dios.
Ahora pretender captar la autonomía temporal, como una realidad independiente de Dios, opuesta a Dios, y tratar de usarla sin referencia a Dios, como última causa, creemos que es una visión parcializada, carente de sentido y veracidad, para nosotros creyentes. Ya que el hombre sin Dios, se deshumaniza. Por el contrario, lo humano se ilumina y fortalece desde lo divino. Existe una vinculación extraordinaria entre lo temporal y lo eterno, ya que Cristo es Hombre y Dios al mismo tiempo.
Por eso qué grandioso y eficaz, es saber unir, desde una fe madura, lo humano y lo divino.