El título lo tomo prestado del libro que me envió hace unos meses su autor, Eduardo García Moure, sindicalista cubano exiliado, luchador contra dos dictaduras, la de Batista y la de los Castro, quien hace memoria sobre el largo y durísimo camino recorrido y, sin embargo, tiene fuerza para afirmar que “No hay sacrificio en vano”. ¡Qué esperanzas! Dirá más de uno al leerlo ¡Un cubano! Pero es que si las razones profundas de una lucha y su compromiso con el futuro mejor tienen sentido para quienes tanto han sufrido por tanto tiempo, ¿Cómo vamos nosotros a darnos por vencidos?
Sé cómo se siente, amigo lector, porque mi estado de ánimo no es muy distinto al suyo. Y agréguele, en el caso de quien escribe, la desazón causada por el papelón de haber dado una declaración optimista basada en datos y proyecciones fiables, para ser desmentido a las dos horas por el boletín oficial.
En Venezuela hay muchos que han sacrificado mucho. Algunos su vida o su libertad o el derecho a vivir en la Patria. Es un dolor que nos duele a todos, aunque nunca podamos sentirlo como ellos o sus familiares. Es un sacrificio que siempre nos impacta y más el de los jóvenes, cuyo derecho a la esperanza es natural. Otros se han movilizado, han creído, han querido y pagan en frustración y amargura cada intento fracasado. Y otros han sacrificado su tranquilidad, la que tendrían si no fueran perseguidos, acosados, amenazados, insultados y hasta agredidos físicamente. Es el caso de quienes se han atrevido a asumir la responsabilidad de papeles dirigentes. Ese no siempre lo reconocemos, y deberíamos. En partículas de los dirigentes políticos. Su trabajo no tiene, en los tiempos que corren, retribución material y su vida es como una montaña rusa en la que un instante son héroes y en seguida bajan por la cuesta abismal para caer en la villanía.
Ninguno de esos sacrificios ha sido en vano y tampoco lo serán los sacrificios por venir.
La naturaleza del régimen, ese que el domingo y en los meses anteriores le dio otras vueltas a la tuerca dictatorial que nos aprieta está clara. Tenemos que ser capaces de aprender de cada episodio, tanto en los triunfos alcanzados e insuficientemente aprovechados para avanzar, como en los reveses sufridos. Todos tienen un contenido pedagógico. Y los que no nos rendimos ni dejamos la tarea en manos de otros, estamos en el deber de comprender más y mejor la realidad.
A la lista larga de abusos cometidos por el poder, conocerla para combatirla eficazmente. Y también mirarnos hacia adentro. En lo que hicimos y en lo que dejamos de hacer. En lo que acertamos y en lo que erramos. En nuestro mensaje y en cómo lo comunicamos. En la campaña y antes.
Líderes, dirigentes, voceros y ciudadanos. Ojalá seamos capaces de esa revisión, tanto los seres humanos imperfectos que queremos saber para hacer más y hacer mejor. Como los que se la saben todas, salvo qué hacer.