Analizar un hecho social, sus efectos y consecuencias, amerita mesura y objetividad analítica. Hablar de lo ocurrido el domingo 15 de Octubre, en el proceso comicial para elegir gobernadores, a horas o pocos días de conocido el resultado anunciado, plantea sortear el estado emocional propio de quienes, muy posiblemente, pudieron esperar otro resultado, especialmente por los niveles de rechazo del gobierno de Nicolás Maduro, y por la devastación económica, social, política, moral e institucional que su gobierno ha ocasionado en Venezuela.
Es mi percepción muy personal, que los resultados que dio a conocer el CNE, la noche de ese domingo no se corresponden con la voluntad del pueblo venezolano que ese día acudió a las urnas. Así lo ha denunciado la oposición nucleada en la MUD, al afirmar que desconoce las cifras dadas por el ente rector, y que se expresó en una mayoría de gobernaciones atribuidas al PSUV.
Al asumir la participación en dichos comicios, buena parte de la oposición debía estar clara, (y así, entiendo, lo manifestaron), sobre el enorme
ventajismo, abusos, presiones, cierre de centros electorales, prohibición de sustitución de candidatos, uso de recursos públicos con fines proselitistas, que tenían que sortear para lograr movilizar a todos aquellos ciudadanos descontentos con la propuesta de candidatos del gobierno. Ello, también implicaba manejar los diversos escenarios no sólo de resultados, cifras, votos, participación, sino de prácticas fraudulentas que, desde el poder y sus factores institucionales, pudieran aplicarse para cambiar los resultados.
La paradoja hoy, en momentos en que el silencio, el asombro y la confusión parecen definir la reacción y respuesta de la unidad democrática, es presenciar un cuadro político en gobernaciones mayoritariamente en manos de candidatos oficialistas, en el peor cuadro posible de crisis económica, escasez, hiperinflación, deterioro de servicios básicos, censura, violaciones a los derechos humanos, y desconocimiento de la disidencia que haya vivido la República.
El gobierno ha venido aplicando una estrategia para lavarse la cara, internacionalmente, luego de bloquear el revocatorio y postergar las elecciones regionales, al pie de una letra en la que poco importa el abuso y la violación a la ley. Pareciera que es necesario, y urgente, más allá de la auditoria solicitada ante el CNE del proceso del 15-Oct, con participación internacional, una revisión profunda de las premisas que guían la acción opositora en su diagnóstico del tipo de régimen que enfrentan, de las estrategias aplicadas, y particularmente del desgaste ocasionado en una ciudadanía que camina en la cuerda floja de la sobrevivencia, la desesperanza e impotencia.
El voto, como herramienta de participación democrática por excelencia, y expresión de continuidad o de cambio, pierde todo su peso, significado y poder, cuando se ejerce en un sistema que permite votar, pero no elegir, y en el que la intervención de un régimen autocrático altera de manera determinante su cuantificación y totalización. El imperativo para cualquier liderazgo político democrático, el actual, o el que eventualmente asuma las riendas de aquí en adelante, es precisamente denunciar la inequidad del sistema electoral, y la manipulación y el fraude, donde este haya ocurrido.
Por lo pronto, una palabra parece definir, a estas horas, la lucha por la libertad y el cambio político en Venezuela: recomposición.
@alexeiguerra