Dedicada a Inés Quintero
En una sesión de trabajo creativo con niños en la que jugábamos a “dislocar” las narraciones, les propuse hacer una historia al revés. Ya habíamos experimentado con cambiar los títulos, los comienzos, los finales, modificar los argumentos, mezclar un cuento con otro, en fin retar la fantasía para que, a partir de un disparador, construyeran un cuento diferente, con estructura y coherencia.
Estábamos cerca del 12 de octubre, fecha en que Cristóbal Colón desembarcó en una tierra que después llamaríamos América.
Los pequeños comenzaron por contar la historia escolar que se sabían, en una retahíla de frases que hilvanaba las carabelas, Rodrigo de Triana, los indios, etc., etc., etc. Una vez que la historia estuvo completa, les pedí que la fuéramos “enfocando”, era nuestra palabra para seccionar o diseccionar por pedazos los cuentos a fin de verlos como capítulos de una serie que teníamos que intervenir. En este “enfoque” imaginario se permitían -entre ellos- todas las preguntas y respuestas en relación a los personajes, su fisonomía, sus ropas, sus gustos, su comportamiento… Algunos eran especialistas en escudriñar interrogantes y otros eran expertos en inventar respuestas, unas veces hilarantes y otras sorpresivas.
¿Cómo vestían indios y españoles? ¿Qué comían unos y otros? ¿Cómo era su aspecto? ¿Les dio miedo la travesía? ¿Volvieron a repetirse los viajes? ¿En qué cambiaron después de encontrarse frente a frente? Comenzaron pues a especular acerca de lo que había pasado ese día. Y entre una y otra frase escribieron un texto que decía más o menos así:
Los tierragracianos miraban el mar y se preguntaban qué había más allá de las olas grandes. Un día, uno de ellos, llamado Koloncris propuso al cacique de la tribu explorar el mar para ver si había unas tierras detrás de donde se ocultaba el sol y la luna. Partieron pues en seis enormes canoas. Una se volcó al no más arrancar, esos no hicieron el viaje La otra se perdió en una tormenta y otra se devolvió porque todos enfermaron del estómago. En total siguieron solo tres. Pasaron muchos peligros, la comida y el agua ya no les alcanzaba y casi estaban por rendirse, acusando al jefe de la expedición de loco. La mañana del 12 de octubre, un indio llamado Triadrigo vio a lo lejos la orilla de una playa y gritó: ¡Tierra! Por fin habían llegado.
El jefe de la expedición clavó su lanza en la arena y tomó posesión de ellas en nombre de su cacique. Llamaron a ese lugar El Salvamento, porque se habían salvado de morir en el mar. De repente salieron unos hombres como nunca habían visto: blancos, peludos, forrados en tela y con un olor muy distinto al de ellos. En ese encuentro, indios y blancos no podían entenderse pues no hablaban la misma lengua. Los indios cambiaron macanas, plumas y collares por espadas de hierro. Mucho después supieron que los habitantes de El Salvamento llamaban a ese lugar Puerto de Palos.
A los días regresaron a su Tierra de Gracia, pero se llevaron algunos blancos para que el cacique los conociera, se llevaron también alimentos, frutas y animales que no existían del otro lado del mar. Hicieron otros viajes y fueron conociendo otras tierras. Con el tiempo y con su magia poderosa obligaron a los blancos a quitarse la ropa y vestirse con guayucos, como ellos. Los obligaron también a adorar a sus dioses y a hablar en su idioma. Pero no les resultó fácil, muchos blancos se les oponían y empezaron unas guerras que duraron muchos años. Pero también hubo indios que se enamoraron de mujeres blancas y blancos que enamoraron a mujeres indias. Tuvieron hijos y empezó otra raza. De los dos lados había gente buena y gente mala, pero lo que sí es verdad es que a partir del viaje de las tres canoas, el mundo cambió para siempre.
El ejercicio lúdico de dislocar la historia original había dado sus frutos más allá de lo esperado, debido al trasfondo de conclusiones dignas del más teórico historiador. La historia al revés permitió a estos pequeños atisbar de qué manera las acciones humanas tienen consecuencias en el entorno. Lo que más me llamó la atención fue que hablaban en tono grupal y si bien es cierto que se trataba de una construcción colectiva, la aventura del 12 de Octubre fue asimilada también en un sentido contrastante, colectivo y plural. No era un solo hombre era siempre un grupo de hombres. Había guerras, pero también gente que se enamoraba. Había dos razas, pero también surgió una nueva raza.
Este singular abordaje de la historia me dio mucho que pensar en torno a la metodología de la enseñanza de la historia en nuestro país. Me eduqué en la historia caletrera, donde la calificación dependía de la memorización de fechas y nombres. Esta rigidez nunca conducía a preguntarse los cómo, los por qués, los para qués… Es decir: una historia predigerida. ¿Sigue esto vigente?