¿CON QUIEN ANDAS?

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Si bien la pertenencia a una familia o a un nombre pudieran hacer pensar que el comportamiento de sus integrantes obedece al mismo ejemplo de educación y valores, no siempre en la repartición de virtudes o defectos salen todos ganadores o perjudicados. Porque es que cada cual escoge para bien o para mal, su propio destino y tiene marcada su propia personalidad.
En el supuesto de que se pudiese hablar de un genotipo moral familiar, algunas veces las cualidades morales de una persona marcan distancia con lo aprendido en el seno del hogar y otras veces guardan estrecha relación con todo lo bueno y todo lo malo que absorbieron del ejemplo en casa.
La reputación es un bien muy preciado que las personas sensatas tienen cuidado de no empañar. El buen juicio nos advierte sobre las cualidades o defectos de quienes nos rodean y de quienes se acercan a nosotros y de sus intenciones.
No pocos han caído en la trampa de creer honesta, integra y decente a una persona que no lo es y por haber hecho caso omiso de las señales, su buen nombre se desluce igual que el de aquella.
Si bien no hay que juzgar por la apariencia, porque no siempre se corresponde con su contenido, no es menos cierto que ella forma parte de lo que percibimos. Y por eso de que las apariencias engañan, solo por lo que apreciamos sin tener mayores juicios de valor, no todo lo que percibimos inicialmente como bueno es enteramente bueno, ni todo lo que percibimos inicialmente como malo es enteramente malo.
La reputación que es esa opinión que se tiene en cualquier esfera, en tanto varía en su aspecto moral según el rol o la función que nos toque desempeñar, zigzagueando entre lo decente y lo indecente es muestra de inconstancia que revela la verdadera personalidad.
La precaución no es mala consejera, sobre todo si tenemos la suerte de haber sido advertidos para no sujetar nuestra reputación a los vaivenes de otra.
Cosa de gran dificultad es diagnosticar la enfermedad o sanidad del espíritu, las intenciones del alma y su correspondencia o no con el comportamiento que se deja ver o con el que se encubre. Solo la experiencia en las cosas de la vida y la filosofía del aprendizaje nos podrán ayudar a discernir sobre la autenticidad de quienes se acercan a nosotros y hasta que punto esa verdad nos beneficiará o nos perjudicará.
Llevamos con nosotros las huellas de nuestras acciones y las consecuencias de nuestras decisiones y mas de uno o de una hubiera querido tener la posibilidad de ser advertido o advertida, pero el falso orgullo, la autonomía mal concebida, la terquedad o la estupidez siempre son malos consejeros y cuando se abren los ojos ya es demasiado tarde porque el propio nombre y la reputación corrió suerte distinta a la pensada.
Los tercos querrán mantener sus posturas aunque equívocas, mientras que los juiciosos sabrán apartarse, sobre todo cuando lo que está en juego es la reputación o la propia vida.
El carácter moral o inmoral se patentiza, cuando el comportamiento privado se aparta del que se deja ver en público. Y eso es una cuestión de autenticidad que nos permite conocernos a nosotros mismos y a quienes se nos aproximan. Por eso es significativo, comportarse en privado como si todos nos vieran y en esa medida tendremos el justo termómetro de nuestra personalidad.
Saber discernir la intención de un consejo según la conformación moral de nuestra conciencia es de peculiar importancia para saberse rodear de aquellos que comulgan con la realidad interior de cada quien. Y cuando lo aprendido en familia es modelo de moral y decencia, mal juicio es dejarse rodear de gente que le quita lustre a la buena reputación.
Abogado
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