Unos dos millones de catalanes votaron la independencia de una comarca aragonesa que jamás fue nación. Un número similar al parecer votó en Venezuela por una llamada asamblea “constituyente” que de nacional no tiene nada.
La respuesta en ambos sitios era predecible: 90% de apoyo a una propuesta sectaria, inconstitucional y antidemocrática, al margen de las mayorías. Ambas son meros padrones partidistas que apuntan a la existencia de considerables minorías, absolutamente convencidas de algo que los demás reconocen como mitos y mentiras.
Son minorías que no es posible ignorar ni desaparecer del mapa político, aun cuando resulte evidente que muchos sean simples comparsas en una burda urdimbre.
En ambas situaciones lo indicado, racional y efectivo es reafirmar a cada paso la presencia de mayorías decisivas, y a la par trabajar por todos los frentes para ir reduciendo el sector extremista a ese mínimo común denominador universal de fracasados resentidos que culpan a otros de sus propias frustraciones.
En España, la férrea defensa de la constitucionalidad democrática, la impactante reacción de las mayorías catalanas y las realidades que subrayan la inviabilidad política, económica y social de una propuesta sin futuro, parecen empujar a una nueva y auténtica votación general donde una mayoría decida lo que ninguna minoría puede imponer a los trancazos.
En Venezuela las grandes mayorías democráticas presionan sin pausa ni tregua, recorriendo todas las sendas que lleven a una solución viable, pacífica y electoral, que respete los derechos fundamentales de las minorías.
Se trata de un gran movimiento cívico que se desarrolla en muchos planos, no uno sólo; y que no puede dejar pasar oportunidad alguna para demostrarle al mundo, al adversario, y aún a quienes portan las armas de la nación que aquí la opción democrática es mayoría decisiva frente a una propuesta totalitaria.
Esa es la importancia estratégica de una contundente votación en las elecciones regionales del 15 de octubre, que no será panacea, pero sí una nueva prueba e importante eslabón dentro de una cadena de acciones que inexorablemente empujan al restablecimiento del equilibrio democrático y las libertades a Venezuela.
La abstención electoral siempre fue reflejo de conformidad o indiferencia; pintarla como protesta fue un argumento inventado en Venezuela a fines de los años 80 por los mismos promotores del actual proyecto totalitario, que entonces justificaban así su perenne fracaso electoral. Y todavía lo siguen haciendo. No caigamos en la trampa. Todos a votar este domingo.