Si los venezolanos dejamos de hacer lo que corresponde en este momento, la posibilidad de que muramos de hambre se incrementaría sustancialmente. Ya el fenómeno empieza a causar pánico en los sectores sociales más desprovistos de recursos, incluyendo la clase media que existía. Casi todos los días mueren niños y ancianos por los severos efectos de la desnutrición y la carencia de medicinas.
Es muy desafortunado para el país que a la gente se le pretenda ocultar la realidad, pues ésta ha afincado sus garras de acero, hasta ahora, en lo más débil de la humanidad nacional. Por una parte el régimen, autor intelectual y material de la ausencia de alimentos, o de recursos para adquirirlos, mediante un “abastecimiento” mediático de todo lo que hace falta para subsistir, trata de hacerle creer al pueblo que en Venezuela de nada se carece.
En lo que respecta a la oposición política y los demás segmentos sociales que se oponen a quienes ostentan y usurpan el poder, todo parece indicar que les falta ser más sistemáticos y contundentes en la denuncia pertinente. Tal como está planteada la tragedia del hambre, a la gente hay que hablarle con absoluta claridad y hacerlo directa y personalmente. Lo que se divulga en los escasos espacios de comunicación social que lo pueden o lo quieren hacer, es poco significativo por sí solo, porque la cobertura es inocua al lado del permanente bombardeo mediático del régimen.
En lo que a mí respecta, una vez más le haré saber, a quienes leen esta columna, las inquietudes que recojo en la calle. Piensa la gente, en voz baja, por temor a represalias, que Hugo Chávez concibió, programó e inició, la tragedia de hambre y escasez de medicamentos que hoy se traduce en calamidades y pérdida de vidas. Plasmó sus perversas intenciones en un legajo satánico denominado “Plan de la Patria”.
Cuando enfermó gravemente y presintió su muerte, seleccionó al más cruel de sus delfines, al mejor amaestrado, para que lo sucediera en la macabra tarea de fusilar, a fuerza de hambre, a los sectores más débiles en lo que respecta a recursos económicos. El heredero, como es mejor conocido el actual hambreador del pueblo, ha seguido al dedillo las instrucciones que el difunto dejó, de su puño y letra, en ese esperpento ideológico llamado “Plan de la Patria”.
En síntesis, entre Hugo Chávez y Nicolás Maduro, aparentemente influenciados por Satanás, han construido un muro para impedirnos que abordemos los espacios de bienestar social y económico. Si es así como asumimos la realidad que estamos viviendo, entonces tenemos que derribar ese muro. Para hacerlo es difícil lograrlo de un solo empujón; es indispensable que actuemos por pasos, pero con firmeza y perseverancia.
Ya derrumbamos un pedazo en diciembre de 2015, cuando les quitamos la Asamblea Nacional, con la cual hemos abierto los ojos del mundo; ahora los cinco continentes saben que en Venezuela morimos por causa del hambre y falta de medicamentos; somos asesinados por el régimen, hemos quedado sin Estado de Derecho y con las puertas cerradas para que la comunidad internacional pueda establecer un canal humanitario que permita el socorro que el país necesita. ¡Sería injusto desconocer la labor realizada por esta Asamblea Nacional!
Tenemos la oportunidad de derrumbar otra parte del muro de la muerte. El 15 de octubre son las elecciones para designar a los gobernadores. Salgamos todos a quitarle otro pedazo al muro. Vamos a votar por los candidatos que escogió el pueblo; los que postuló la Mesa de la Unidad Democrática. El voto es más poderoso que los fusiles sin aceite que están al servicio de Nicolás Maduro. ¡Por ahora, utilicemos bien ese poder que nos garantiza la Constitución para elegir a nuestras autoridades, o corremos el riesgo de morirnos de hambre!
ANTONIO URDANETA AGUIRRE
Educador – Escritor
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