No imagino a una Holanda sin sus campos solemnes de tulipanes alegres. Mucho menos a una Colombia saboreando algo distinto al humeante café o a los chilenos rechazando el poder degustar sus mejores vinos de sobremesa. De la misma manera, sería una idea trastornada que los ingeniosos chinos le dieran la espalda a su tropel de arroz diario, tan delirante como recurrente, pues lo llevan en la epidermis como una costumbre milenaria.
Pero las lógicas se desparraman cuando se trata de analizar la realidad venezolana. No existe un estudio firme que pueda explicarnos los entramados sin sentido y la falta de lucidez de este gobierno, a la hora de llevar sus planes rocambolescos para enmarañar el devenir nacional.
Escuchar que en Venezuela falta la gasolina en las estaciones de servicio de la capital del país puede entenderse como una retorcida broma de mal gusto, pues estamos hablando de la nación con mayores reservas petrolíferas del planeta.
Así de simple y anacrónico es este país llevado al descuido. Los diferentes medios de comunicación publicaban a toda página la semana pasada que la distribución del combustible en las gasolineras caraqueñas era alarmante, encontrándose muchas de éstas cerradas o evidenciando colas extremas, mientras sólo se expedía el carburante de 91 octanos.
Tal irregularidad lleva el inagotable sinsentido de la poca inversión gubernamental, demostrada en los ámbitos más necesarios de una nación que no halla el letrero de salida para esta pesadilla.
La carencia de este fundamental derivado del petróleo no es algo nuevo. Desde hace meses, estados como Táchira, Bolívar, Nueva Esparta, Falcón, Zulia o Mérida conocen de estas fatigosas maneras para llenar sus tanques, sufriendo los embates trepidantes de un mandato que sabe bien cómo poner en apuros a un pueblo sin alicientes.
Observar una larga fila de vehículos esperando a ser despachados será una escena común en el futuro, a sabiendas de los aprietos por los cuales atraviesa Pdvsa, las sanciones atronadoras de EEUU y varios países a la industria y sus secuaces, así como el deterioro incuestionable de la producción de nuestro principal rubro.
Sin frases galantes y con el notable entendimiento respecto al panorama inquietante que se avecina, el secretario de profesionales y técnicos de la Federación de Trabajadores Petroleros de Venezuela, Iván Freites, lanzó un doloroso vaticinio que tiene la contundencia de las conclusiones irrevocables: “La escasez de gasolina se agravará”.
Su conjetura viene precedida de una explicación hábil y certera, pues las refinerías más importantes del país, como son Amuay y Cardón en el estado Falcón, carecen de la planta de alquilación, encargada de procesar el alto octanaje, situación que permite entender el porqué sólo se encontraba hasta la de 91 en Caracas.
El insondable destino del despacho de combustible en los próximos meses tiene un entrevero tan grande y un enigma resolutivo tan complicado, que Maduro deberá recurrir a su corte de santeros sin oficio, pues muchas naciones ya están negadas a venderle a Venezuela la gasolina refinada.
Visto al derecho, en esta nación desapacible, pero con grandes virtudes por todos sus costados, existe ahora la despreciable premisa: “con lo que más se cuenta, más se carece”. No es casual que debamos utilizar la harina para hacer arepas, proveniente de otros países. Claro, eso es harina de otro costal…