Hay libros que ayudan de manera singular a entender la vida de un país en un periodo particular. Me refiero, en este caso, al Cesarismo democrático, de Laureano Vallenilla Lanz, publicado en 1919, en plena época gomecista. Ese libro no me había interesado pues no veía de qué modo, el cesarismo, un nombre elegante para designar un gobierno dictatorial, podía ser democrático. Además sabía que el autor fue un defensor de Gómez.
El libro ofrece una explicación histórica y sociológica de lo que somos desde antes de las guerras de Independencia cuando más o menos al mismo tiempo surgieron dos Venezuela, una, la de los llaneros a caballo, gente errante que vivía de la rapiña, del asalto y del comercio con el ganado que se multiplicaba libre en los llanos. El otro país era el de los godos, interesados en el desarrollo del trabajo agrícola, industrial y comercial y que requería del orden que hiciera posible construir puertos, carreteras, haciendas, bancos, talleres, casas comerciales, etc. viables en el tiempo y con visión de futuro.
Vallenilla presenta el mismo conflicto entre civilización y barbarie del que el argentino Domingo Sarmiento habló en Facundo, en 1845. Es la historia de los gauchos pampeanos a caballo asaltando cualquier establecimiento rural y sus riquezas. Cuando comenzó la guerra de Independencia de Venezuela, los llaneros se alistaron inicialmente bajo las banderas realistas pues sus jefes les permitieron continuar con su modo de vida, el pillaje, así fuera contra la población civil no combatiente. Señala Vallenilla que la guerra comenzó a ganarse cuando, años más tarde, los patriotas concedieron la misma libertad a los llaneros y estos cambiaron de bando.
El problema se presentó cuando hubo que comenzar a construir país. El primer conflicto fue con Páez, antiguo llanero devenido en godo, pues entendió la necesidad de reconstruir el país. Al tiempo lo echaron del país. Años después otro godo, Antonio Guzmán Blanco, ladronazo él también, quiso construir país y también tuvo que irse. Entre sus adversarios estaba Ezequiel Zamora, cuya consigna era “Hombres libres, tierras y horror a la oligarquía”. En sus filas había un llanero que con frecuencia le preguntaba “¿Cuándo iremos a Caracas a matar a los que saben leer y escribir?”
Años más tarde llegaron los andinos y Gómez, otro barbarazo, impuso la ley tal como él la entendía, construyó importantes obras públicas y una enorme fortuna personal, pero institucionalizó el país, profesionalizó al ejército y creó el primer marco legal para la explotación petrolera. Además, al derrotar a los caudillos regionales acabó con las montoneras y pacificó el país. Tenía mucho de César y nada de democrático.
Luego fue la dictadura de Pérez Jiménez con evidente interés por construir y organizar el país, sin dejar de cobrar y darse el vuelto. El hecho es que Pérez Jiménez construyó mucho y muchos emigrantes llegaron y se quedaron en el país. En sus años de gobierno había paz y respeto hacia el ciudadano común y sus bienes, aunque también hizo los desmanes propios de un dictador que no tolera enemigos. No podemos asegurar que las acciones de Pérez Jiménez encuadran en el conflicto entre Civilización y Barbarie ni quienes lo echaron representaban a la barbarie primitiva.
Con Chávez y Maduro regresa la cultura del pillaje, la de no construir nada o muy poco, de expropiar y destruir como venganza, la cultura del malandraje, donde cada uno hace lo que le dé la gana al no respetar normas ni leyes, más aun si tiene la condición de funcionario, civil o militar. Ellos actualizaron el conflicto entre civilización y barbarie dándole justificación ideológica, estimulando la misma actitud primitiva de las hordas llaneras: destruir cualquier posibilidad de desarrollo. En nombre de la lucha de clases alientan el pillaje y éste se justifica porque ya antes el pueblo fue víctima de los godos ladrones. Estos dictadores primitivos destruyen todo y obligan a los jóvenes a abandonar el país. Además de Zamora, otro de sus héroes fue Maisanta, un llanero asaltante de caminos. Por ahora mandan los ladrones.
Habrá que ver si, para recuperar el orden y reconstruir el país será necesaria alguna forma de “Cesarismo democrático”. Espero que no. En todo caso, la visión de Vallenilla es solo una entre otras.