Desde muy jóvenes aprendimos que la política es ciencia y arte, siempre al servicio del bien común, es decir, de terceros que no necesariamente significa que esa ciencia y ese arte estén al servicio exclusivo de quienes la practican o de los grupos que puedan estar al servicio de esos propósitos personalistas.
En consecuencia, rechazamos las demasiado frecuentes manifestaciones de alta hipocresía, del disimulo y la mentira en las acciones u omisiones de los dirigentes con los cuales deberíamos estar plenamente identificados.
Lamentablemente se hacen demasiado frecuentes actitudes que dejan mucho que desear. Aclaro que estas consideraciones son absolutamente personales. No comprometes a nadie más que a mí, pero luego de meditarlo profundamente, siento la necesidad de este modesto desahogo motivado finalmente por las circunstancias que han rodeado lo sucedido en República Dominicana.
Aún están frescas las declaraciones del alto gobierno, Maduro incluido junto a otros calificados voceros del régimen, sobre supuestas o reales conversaciones, sostenidas con voceros de la MUD con miras a un diálogo que hasta ahora sólo ha generado frustraciones y desengaños. Las oficialistas lo daban siempre como un hecho. Lo hacían hasta en tono amenazante como para amenazar a los participantes en las reuniones cuando las ponían en duda o guardaban inexplicable silencio. Con esta actitud creció la idea de que los voceros oficialistas mentían y, por lo tanto, no valía la pena hacer aclaraciones innecesarias.
Lo grave es que la dirigencia opositora, especialmente los voceros de la MUD, recibieron mandatos claros tanto con la elección de la Asamblea Nacional como del plebiscito ciudadano del inolvidable 16 de julio. Muy poco de lo prometido en aquella oportunidad y mucho menos lo relativo a los tres claros acuerdos votados masivamente por un pueblo emocionado y dispuesto, ha sido atendido como es debido.
La exitosa línea de acción democrática que tenía al régimen contra las cuerdas y con las piernas flojas, se desvanece ante la abierta o encubierta política de reconocimiento a la cuestionada autoridad del Consejo Nacional Electoral, del Tribunal Supremo de Justicia y sobre todo, a las decisiones de la fraudulenta asamblea constituyente cubanoide rechazada por el mundo libre y, especialmente, por la inmensa mayoría de la nación que manifestó una voluntad de rechazo millonaria al no acompañar la farsa de su elección.
Ahora está el trauma de las elecciones regionales. He manifestado con claridad irreductible posición. Por supuesto que aspiro a cambios profundos en algunos estados como el Zulia, por ejemplo, deseándole éxito a Juan Pablo Guanipa y no criticaré a quienes por cualquier motivo asistan a votar en cualquier parte del camino. Pero yo estoy acostumbrado a ser fiel y leal a mis principios y convicciones: no me aparto del objetivo central de la lucha: el cambio de régimen que comenzará con la salida de Maduro. Estoy contra todo cuanto entorpezca, atrase o negocie estos propósitos.
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