El cajero automático, la máquina que escupe billetes (y que cobra fuertes tarifas si uno no escoge la red que corresponde) cumple 50 años este año. Es ubicuo y posiblemente sigue siendo necesario, a pesar de los grandes cambios en la manera de pagar.
Significó un cambio revolucionario cuando el banco Barclays instaló los primeros en un suburbio de Londres en 1967. La máquina entregaba montos fijos de dinero mediante vouchers especiales, ya que la tarjeta con la cinta de plástico todavía no había sido inventada. El cliente no tenía manera de transferir fondos de una cuenta a otra y los empleados bancarios tabulaban las transacciones manualmente al final de cada jornada.
Sin embargo, a medida que los cajeros se volvieron de uso común, no solo modificaron la rama bancaria sino que también enseñaron a la gente a interactuar con quioscos a cambio de bienes. Ahora es una práctica común y la gente puede obtener entradas para el cine y pases de abordaje, pagar la cuenta en una máquina en el supermercado o comprar mercadería en línea haciendo varios clics. Todo eso se basa en la idea de que una persona puede realizar sus transacciones de rutina sin tener que acudir a un cajero humano.
«El cajero automático aprovechó la fuerza innata de la gente que brinda gratificación a cambio de hacer algo uno mismo y se amplió a partir de allí», dijo el profesor del MIT Charles Kane.
Fue un concepto novedoso para su época. El cajero no fue el primer artefacto de autoservicio, ya que las máquinas expendedoras existían desde mucho antes, pero éstas entregaban objetos que se podían sostener en la mano.
Bernardo Batiz-Lazo, historiador del cajero automático (ísi existe tal especialista!) en la Universidad Bangor en Gran Bretaña, dijo que los primeros usuarios solían verificar sus balances dos veces, antes y después de retirar los fondos.
«Tomó mucho tiempo convencer a los clientes que aprendieran a usar los cajeros y los usaran de manera habitual», dijo Batiz-Lazo.