La persistente analogía entre Cuba y Venezuela ha sido exagerada por ambos extremos hasta desembocar en una misma conclusión fatalista: Apaga y vámonos. Pero las diferencias son mayores que los parecidos entre ambas situaciones:
La longeva dinastía castrista reemplazó otra dictadura, se consolidó con torrentes de sangre, mantuvo masivo apoyo fanatizado por mucho tiempo, y la resistencia interna activa siempre ha estado en desventaja. Aquel éxodo masivo –proporcionalmente muy superior al venezolano– vino antes y no después del colapso económico total.
Pero el “quid” es que el régimen cubano se perpetuó por el pacto Kennedy-Khruschev de 1962, que congeló el statu quo de la isla, estableciendo un auténtico muro de contención a toda iniciativa que realmente perturbase un rígido sistema de control social impuesto entres generaciones.
El destino del pueblo cubano se selló en tres vertiginosos años por factores muy ajenos a su control. Nada más lejos del caso venezolano, donde la tenaz y activa resistencia democrática lleva un crecimiento exponencial; sin hablar de un cuadro geopolítico radicalmente diferente al que existía cuando Castro promovió la crisis nuclear que consagró su subsistencia:
Incluso rusos y chinos hoy son otros.
Por otra parte, ciertos agoreros pintan el empobrecimiento y el estado de dependencia que genera el socialismo como instrumentos de control deliberado, diabólicamente diseñados para la preservación del poder.
De ser así: ¿Por qué aquí pasaron 14 años dilapidando fabulosos ingresos petroleros para tapar una debacle productiva y económica generada por la impericia, la ignorancia, la corrupción y teorías anacrónicas? ¿Acaso fueron tan retorcidos que por años dedicaron divisas subsidiadas a financiar un masivo turismo internacional?
Es casi un cumplido calificar de “plan astuto” al adefesio que no ha sido más que un cúmulo de torpezas, latrocinios, imprudencias, e irresponsabilidades. Lo que hoy se paga son años de lealtades compradas, soberbia borrachera y delirios de grandeza sin paralelo en el mundo.
Por eso es absolutamente incierto presentar las sanciones a Venezuela como un simple “replay” del caso cubano. Al contrario, si son multilaterales y aumentan en el tiempo, con la relativamente unida y pertinaz resistencia interna serán decisivas para gestar un proceso de negociación creíble que a la larga restablezca la democracia.
Con visión global de conjunto queda más que claro que la célebre ranita de la piscina hirviente no es el movimiento democrático venezolano: Son otros los cocinados a fuego lento.