El cambio tecnológico, se ha convertido en el principal catalizador del proceso de transformación de la sociedad contemporánea. Sus efectos comienzan a darle forma a una nueva Era, donde lo económico, lo político, lo cultural se redefine en función de nuevos paradigmas y procesos. El futuro de la sociedad se reconfigura, y sus elementos componentes están vinculados a la Inteligencia artificial, la robótica, el Internet de las cosas (IoT), la digitalización, las energías renovables.
Los países que dirigen este proceso dejan atrás la etapa post-industrial para aventurarse en esta nueva Era, convirtiéndose en los factores transformadores del nuevo cambio social, modificando conductas, actitudes y valores, así como la perspectiva global con que se vislumbra el futuro. De allí, la importancia de la gestión inteligente y oportuna del cambio profundo y complejo que se produce ante nuestros ojos.
La nueva revolución industrial, va más allá de los procesos disruptivos que generan las tecnologías emergentes, también inciden en la actualizaciones de las ciencias administrativas y gerenciales. En este sentido, la nueva economía basada en el conocimiento, propicia nuevas realidades productivas y concurrenciales, que inciden en la manera en que tradicionalmente los países, las empresas y los particulares concebían la competencia.
El automóvil como ejemplo
El sector automotriz nos ofrece un ejemplo claro e ilustrativo de la dinámica que se genera alrededor de estas disrupciones tecnológicas.
Desde los albores del siglo XX, cuando Henry Ford produjo el motor de combustión interna -creando una revolución productiva, que masificó el uso del automóvil y la transformación de la industria del transporte- se evolucionó hacia los procesos de mejoramiento continuo y el uso óptimo de la tecnología, con la que Toyota irrumpe en el sector hacia los años 70, así llegamos hoy, a un escenario sacudido por las nuevas tecnologías, nuevos proceso productivos, y una ruptura estratégica que conduce a nuevos paradigmas en la industria y en los modelos de negocios. Se ha pasado en menos de un siglo, del Fordismo, al Toyotismo y luego, al Teslismo, en un ámbito, donde el protagonista es el cambio tecnológico. Así, los vehículos eléctricos, y los vehículos autónomos irrumpen en el escenario global. El uso de nuevos materiales, como el aluminio, el litio y el carbono, permite más eficiencia y mayor reducción en los costos.
McKinsey estima que para 2030 los vehículos eléctricos podrían representar el 30% de todos los autos nuevos vendidos a nivel mundial y un 50% de los vendidos en Estados Unidos, la Unión Europea y China. Esto significa una verdadera revolución dentro del gigantesco mercado automotriz, que hoy consume cerca del 50% del petróleo producido mundialmente y que genera un 20% de las emisiones de gas de efecto invernadero.
La Consultora Occo Roelofsen, estima que el consumo total de combustibles líquidos podría caer en una década, impulsado por el incremento de la producción de vehículos eléctricos. Por su parte, Kingsmill Bond de la agencia Trusted Sources, prevé que para 2020, las ventas de los mismos podrían llegar a 7 millones al año, desplazando el crecimiento de las ventas de los vehículos nuevos con motores de gasolina. (The Economist, 9 de junio de 2017)
Recientemente, la alianza Renault-Nissan -líder mundial en la fabricación de autos eléctricos- conjuntamente con la automotriz china Dongfeng anunciaron la creación de una asociación (jointventure) para fabricar y vender nuevos vehículos eléctricos hiperconectados e inteligentes en el mercado chino. Esta nueva empresa denominada GT, explotará este creciente segmento en el país, con un parque automotor de 27 millones de unidades y grandes problemas de contaminación ambiental. Se espera que el primero de estos prototipos esté emergiendo de las cadenas de producción de Dongfeng en 2019.
La Venezuela del siglo XXI
En una afirmación generalizada, se destaca que el país arriba al siglo XX después de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez. Hoy repetimos la historia; el siglo XXI y la modernidad no se ha hecho presente aún, seguimos anclados en el pasado, con el agravante de ser protagonistas de un proceso de involución regresivo y empobrecedor.
La receta no ha cambiado: se insiste en el Desarrollo por decreto, apelando a la dotación de los recursos naturales como la fórmula mágica que permitiría lograr la ruta del cambio, olvidando un siglo de explotación y derroche petrolero; se recurre al mesianismo y se reiteran premisas desgastadas y obsoletas, completamente ajenas al cambio evolutivo que vive el mundo moderno. En un estudio realizado en 1974, el psicólogo David McClelland refiriéndose a Venezuela, destacaba el “poder” y no el “logro” como la característica más resaltante de nuestro perfil motivacional. No se ha transformado esa mentalidad, por el contrario, se reafirma en nuestra conciencia colectiva.
La necesidad de cambio es unánime, aunque se difiera en cuanto a su dimensión y su amplitud. La conquista, mantenimiento y expansión de mercados por parte de países, empresas e instituciones, la posibilidad de mantenerse competitivamente y sobrevivir garantizando eficiencia económica, tecnológica y política, está sujeto más a las posibilidades de aplicar estrategias de mediano y largo plazo, sustentadas por las tecnologías del conocimiento e inteligencia económica, que por los vetustos y dogmatizados conceptos ideológicos con que aún se manejan países y organizaciones, que se obstinan en mantenerse en la caverna del conocimiento, de espalda a las nuevas realidades. Se requiere para enfrentar este nuevo reto, poner el acento sobre la educación de alto nivel, la investigación, la creación de organizaciones empresariales innovadoras y competitivas, y fundamentalmente, convencerse como sociedad, de que el futuro no es una quimera…es ahora.