Venezuela le amargó la noche del martes a Argentina al empatarle 1-1 en Buenos Aires y arrebatarle dos puntos de oro en su carrera por clasificarse para el Mundial de Rusia-2018 en la decimosexta fecha de la clasificatoria.
La Albiceleste sigue en el quinto lugar que apenas permite una repesca en partidos de ida y vuelta contra Nueva Zelanda. Se vio favorecida en esta jornada por derrotas de Chile y Paraguay, y un empate de Colombia, adversarios directos en la puja por llegar al Mundial.
La selección vinotinto está eliminada pero fue un hueso durísimo de roer en el colmado estadio Monumental. A los 51 minutos Jhon Murillo anotó un gol que hizo enmudecer a la multitud de unos 60.000 aficionados. Tres minutos después llegó la igualdad con una anotación en contra de Rolf Feltscher.
«Nos quedan dos partidos para poder ganarlos (Perú y Ecuador). Pudimos hacer tres goles en el primer tiempo y todo se hubiera decidido. Dejamos pasar una oportunidad importante», declaró el DT argentino, Jorge Sampaoli.
Restan jugarse dos fechas y en la próxima, los argentinos recibirán en su reducto a Perú, un rival directo en la lucha por clasificarse. Ambos están igualados en puntos, con 24, y la misma diferencia de gol, pero los peruanos tienen más anotaciones a favor (26 contra 16). En la última fecha visitará a Ecuador.
«Este punto aumenta la creencia en nuestra selección. Argentina está viviendo un momento de angustia. Pero estoy seguro de que se va a clasificar, tiene talento», dijo el DT venezolano, Rafael Dudamel.
Un vendaval
Argentina había desatado en el arranque un huracán ofensivo. Un torbellino de ataques, por el centro y por las alas, en un abanico arrasador. Lo perforaba a Venezuela por las bandas. Ángel Di María, Paulo Dybala y Lautaro Acosta desbordaban a Víctor García y a Mikel Villanueva.
El héroe de la resistencia fue el sorprendente Wuilker Faríñez. Tapó con maestría zapatazos a quemarropa de Icardi, de Dybala y de Messi. Se multiplicaban como aguerridos volantes de marca Yangel Herrera, Arquímides Figuera y Junior Moreno. Eran tres hombres pero parecían seis.
Con Jhon Chancellor y Rolf Feltscher metidos en el fondo como cancerberos de los tres postes, la escuadra caribeña despejaba pelotas de su área como si sacara agua de un barco que se hundía. Pero la barca no se iba a pique.
Mauro Icardi se plantó como un verdugo en el corazón del área vinotinto. Lionel Messi manejaba la batuta de la orquesta y marcaba el ritmo del tifón. Pero el hombre clave era Di María. La prueba fue que al lesionarse, reemplazado por Marcos Acuña, Argentina se apagó, se le acabó la gasolina. No tuvo luces. Fue pura pasión, sin inspiración.
Sorpresas te da la vida
Argentina se hizo más lenta, previsible. El esquema de 5-4-1 de los venezolanos, con Salomón Rondón más solo que Robinson Crusoe en la isla, se volvió un 5-5. Un bosque color vinotinto. Una guardia pretoriana. Contra semejante disciplina, hacía falta una lamparita que se prendiera.
Se le prendió primero a Venezuela. Surgió como un rayo un contragolpe de los acorralados y miles de voces enmudecieron. El silencio fue, como dijo una vez un escritor, ensordecedor. Jhon Murillo quedó solo frente a Sergio Romero y la mandó suave a la red. Sergio Córdova le había dado un pase de fantasía.
Argentina quedó aferrada de una ramita colgando del abismo. Sólo una ráfaga de coraje podía salvarla. La produjo Acuña tres minutos después. Apiló a dos defensores por el flanco izquierdo y metió un centro como un estilete que Feltscher clavó en contra de su valla.
Los avances de Argentina fueron cada vez más desordenados. Ni con las entradas del delantero Darío Benedetto y el volante Javier Pastore cambió la historia. La Argentina de Messi sigue en deuda.