Revertir una transición forzada entre democracia y dictadura totalitaria aplicando apenas principios del derecho formal es la clásica pelea criolla “de tigre con burro amarrao”.
Con un sistema judicial vuelto masilla al calor de la fuerza bruta, cada iniciativa legal crea una especie de “pues estoy pudiendo”, al mejor estilo de aquel Jalisco que cuando no gana, arrebata.
Algunos no entienden que importantes y mayoritarios sectores democráticos insistan en postular preceptos y prácticas de una legalidad moribunda ante la desesperada fuga hacia delante de un sistema en plena bancarrota económica, política y moral; pero la muy diversa opción democrática no posee las armas, recursos, o estructuras que le ofrezcan opciones que son responsabilidad constitucional de otros elementos de la sociedad.
En el ámbito de lo formal el sector auténticamente democrático y civilista tiene el trascendental recurso de apelar al derecho, la ética y la moral, nacional e internacional; pero además cuenta con una mayoría abrumadora de apoyo ciudadano que puede equilibrar las fuerzas con habilidad e inteligencia, con una firme, serena e incansable lidia que puede combinar rasgos de tauromaquia con póker y ajedrez.
Para ello se requiere un fino manejo de tientas, tanteos, arrimes, burlas y arropes; así como castigos, lances, picadas, y rejoneos – sin olvidar los sablazos ocasionales. En ese medio, el recurso legal no desaparece, pero pasa a convertirse en banderilla, sumándose a un instrumental de todo tipo que permita culminar una difícil faena frente a una bestia bruta, pero poderosa y astuta.
Transformado el recurso legal en un instrumento más del repertorio, aceptar concurrir a unas elecciones en obvia desventaja pierde su sentido tradicional de elegir y consolidar espacios (que previsiblemente no serán respetados), y se incorpora a una compleja y constante contrastación de fuerzas destinada a reforzar el apalancamiento político democrático, debilitar al adversario, y privarle de opciones.
En medio de tan complejas lides resultan extemporáneos los monosabios que, con apenas recriminaciones y sin propuestas oportunas y viables, se limitan a lo gestual e histriónico ante a la inmutable realidad de que la política es siempre el arte de lo posible, un juego entre varios que se desarrolla dentro y fuera del país.
Lo imperativo ahora es minimizar errores y distracciones; y concentrar intelectos, atención y esfuerzos en ejecutar las faenas decisivas que terminen de revertir, neutralizar, encajonar y rematar la opción totalitaria. Lo demás queda para luego.