Quienes a diario deben transitar por la calle 24 con carrera 22, y sobre todo las personas que trabajan en el sector, no entienden la indiferencia que desde Hidrolara se mantiene sobre el brote de aguas negras allí existente.
“Ese era un charquito pequeño y comenzamos a llamar a Hidrolara, pero como nunca nos hicieron caso fue crecienco hasta convertirse en una laguna con muy malos olores”, manifestó Francisco, comerciante informal.
En efecto, con el tiempo, el lugar se convirtió en una charca nauseabunda que, además de contaminar el ambiente, impide el normal desenvolvimiento del tránsito automotor, incluyendo el de las rutas del transporte colectivo que por allí se desplazan.
Las personas que necesitan pasar por el lugar deben hacerlo con las narices cubiertas ante el riesgo de contraer alguna enfermedad respiratoria o de la piel por el aire contaminado allí concentrado.
Pero a tal extremo ha llegado la situación que los malos olores llegan hasta las oficinas y apartamentos familiares de edificios cercanos.
Algunos de los vecinos han pensado cerrar el paso de vehículos de manera sorpresiva por la calle para llamar la atención del personal de Hidrolara al que corresponda corregir la fuga de aguas servidas que allí se empozan y contaminan el ambiente con sus malos olores que a veces invaden hasta la iglesia San José.