Italia salió de la guerra dañada de muchas maneras: muchos soldados regresaron mutilados, otros nunca lo lograron, la economía era un desastre con las fábricas bombardeadas o paradas, con alta inflación, mucho desempleo, mucha corrupción, miles de viviendas destruidas por las bombas, servicios públicos en estado ruinoso por bombardeos, por falta de recursos y gente que los atendiera en su mantenimiento, etc.
Los odios políticos seguían activos y el partido comunista amenazaba con llegar al poder. El tratado de paz, firmado el 10 de febrero de 1947 no significó la inmediata recuperación económica ni la paz política. Así, muchos jóvenes italianos se vieron en la urgencia de emigrar para recomenzar su vida en otras partes: Argentina, Canadá, Estados Unidos y Venezuela fueron los principales destinos.
Hoy a los nietos venezolanos de aquellos italianos que se quedaron en la Italia de la segunda postguerra, les toca emigrar de nuevo. Muchos han regresado a Italia reclamando ciudadanía, el derecho al trabajo y a la pensión. Huyen de una Venezuela devastada junto con miles y miles de venezolanos sin tradición de emigrantes. Hay una diáspora, están en todo el mundo, en todas partes y haciendo lo que sea para sobrevivir a sus dificultades. Afortunadamente, no conozco ninguno que tras sus primeras dificultades se haya regresado, la derrota no existe para ellos.
Se ha ido y sigue yendo mucha gente valiosa: graduados universitarios, especialistas, no graduados que esperan retomar sus carreras en algún momento, muchos sin profesión especifica dispuestos a cualquier cosa con tal de vivir mejor y en paz. En Chile, el 40% de las nuevas plazas que ofrecen para cargos de médicos son cubiertas por venezolanos con alta calidad de su formación profesional. Estamos perdiendo a toda una generación de profesionales jóvenes y productivos. Algunos regresaran, muchos no lo harán nunca: tendrán buenos empleo permanentes, fundaran familias y si vuelven será de visita y, al igual que ayer en Italia, aquí se quedan los abuelos solitarios, los abuelos huérfanos de nietos.
El país está destruido, pero ninguna potencia enemiga nos declaró la guerra ni ocupó nuestro territorio expropiándonos nuestras riquezas. Los campos y las refinerías de petróleo siguen siendo nuestras, pero están en situación precaria. De nuestros males solo podemos acusarnos a nosotros mismos por haber aceptado acríticamente el mensaje de un grupo muy pequeño de compatriotas que convenció a muchos más de que las cosas de la república se podían hacer de una manera más justa, más productiva, más rápida y hasta más gloriosa. Muy pocos se preguntaron si eso era posible y de inmediato fueron perseguidos como enemigos de la patria y de su supuesto brillante futuro.
Hoy es evidente: nosotros mismos somos la razón de nuestros males, la situación de posguerrra la crearon nuestra estupidez, ignorancia, infantilismo político, irresponsabilidad, insensibilidad social y el caradurismo del mismo grupito con mentalidad de dictadores que, a pesar de todo el daño que ya nos ha hecho, se atreve a pedirnos a que confiemos en ellos porque ahora sí. Pero tarde o temprano se irán y reconstruiremos el país.