Parte VI: La Resistencia

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Tras la muerte de Ángel, vinieron muchas más. Los Buitres, sin esperar una orden, dieron rienda suelta a sus armas y disparaban a diestra sobre los jóvenes que, inútilmente, se protegían con escudos reciclados que en poco tiempo lograron hacer. Los ciudadanos, llenos de impotencia, se concentraron para darle frente a los Buitres y proteger a sus jóvenes. La plaza central pasó a ser un campo de batalla, la sangre se esparcía por todo el suelo. A pesar de la desventaja, podía más la rabia que estaba acumulada por más de 20 años sobre el pueblo. Los agentes, a cualquier joven que agarrasen, lo reprimían. Lo golpeaban con mucha fuerza hasta darle muerte. El número de muertos aumentaba en minutos, sólo en ese estado, sin contar en los demás, donde el enfrentamiento entre la resistencia y los Buitres, había empezado.

Una anciana, sin importarle nada, tomó su bastón y lo estampó contra el pecho de un agente. Él intentó apartarla, pero dos jóvenes se acercaron y lo desarmaron. Con la punta del arma, le dieron en el casco repetidas veces, haciendo que el hombre cayera al suelo, aturdido. Entre varios, lo fueron despojando de su ropa. No había más que carne y músculos; sin el uniforme ni el arma, y completamente desnudo, los Buitres parecían indefensos.

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Mientras tanto, en la capital, April y Esteban, junto a sus compañeros, lograron entrar por el ala dos. Para sorpresa de todos, ningún Buitre custodiaba el pasillo. Siguieron caminando con cautela hasta llegar a la puerta metálica donde estarían las personas secuestradas. Esteban y otro joven intentaron abrirla haciendo uso de sus fuerzas. Cuando entraron, alumbraron con la linterna y vieron alrededor de 15 personas asustadas.

—¿Dónde está mi abuela? —preguntó April, abriendo paso. Sus ojos se llenaron de felicidad al ver a la anciana morder un pedazo de pan. Corrió a su encuentro para abrazarla con fuerza. Ella siguió comiéndose el pan, sin entender por qué esa joven la abrazaba con tanta confianza.

—¿Quién eres? —fueron las breves palabras que la anciana pudo pronunciar. April quedó desconcertada. Tomó la linterna, alumbró su rostro y le pidió a su abuela que la viera directo a la cara. Quizá, no la reconocía en ese momento por el uniforme que cargaba. Por su parte, la anciana estaba más interesada en terminar de comer, que en la joven. Negó con la cabeza, indicándole que no sabía quién era, a pesar de que April empezó a repetir su nombre.

La adolescente se frotó la frente, sin comprender. Esteban les preguntó a las demás personas si recordaban quiénes eran. Todos parecían confundidos, y se encogieron de hombros. No sabían cómo se llamaban ni mucho menos de qué ciudad venían. Lo único que reconocían era el sitio donde estaban, en la capital. Allí los trataban bien, les daban comida, los bañaban y, muy de vez en cuando, si se portaban bien, los sacaban a los jardines de la casa presidencial.

La razón se debía a que ya habían experimentado con ellos. El Presidente, al ver que ninguno les daba alguna información sobre los rebeldes, los mandó directo al laboratorio para seguir con los experimentos cerebrales que llevaban años estudiando.

April decidió vengarse. Ella salvaría a su abuela y trataría de matar al mismo Presidente, de ser posible. La abrazó nuevamente, prometiéndole que todo estaría bien.

—Tenemos que irnos —anunció Esteban, interrumpiendo el encuentro—. April, ellos se encargarán de llevarse a las personas hasta la guarida. Nosotros cuatro nos uniremos con el equipo que está en el ala cinco, en la sala de datos.

Se pusieron en marcha, la adolescente se despidió de su abuela, besando su frente y se dirigió junto a Esteban y las dos gemelas al ala  cinco, que según el croquis, estaba a dos pisos de distancia. No tardaron en llegar. Seguía pareciendo extraño que hasta los momentos no habían visto a un Buitre. Lo más probable sería que estuviesen protegiendo al Presidente, mientras se restablecía la luz. En la puerta los esperaba Patricia, la secretaria de Glorioso y ahora traidora, porque trabajaba para la resistencia. El equipo que estaba en la base de datos, lo lideraba Victorino, quien tenía de rehén a uno de los trabajadores.

—Ya he dicho todo lo que sé —dijo, mientras Victorino seguía apuntándolo con el arma.

—Quiero que lo vuelva a repetir para ella —pidió, refiriéndose a April, porque ella necesitaba escucharlo todo.

—Está bien —empezó el hombre. Su cuerpo temblaba—. El señor Presidente creó un sistema operativo que se inserta en el cerebro de la persona para hacerle creer que todo está bien en cuanto al contexto social del país. Sin embargo, esto trae consecuencias que aún no hemos podido combatir. Los que son sometidos a este experimento, van perdiendo la memoria lentamente; esto no es nada malo para el Gobierno, pero no era la finalidad del experimento, que buscaba controlar la mente de cada ciudadano, desde su comportamiento hasta sus acciones. No importase que fuesen de otros estados y pasaran hambre, este sistema los haría conformistas y estarían de acuerdo con el régimen.

Por cada palabra que escuchaba, el cerebro de April se aceleraba y empezaba a sentir más odio hacía el Gobierno.

—Primero, se empezó reclutando a personas que hablasen mal del Presidente, para probar el chip en ellos. Y ahí comprobamos que iban perdiendo la memoria; en principio, esto nos agradó, sólo recordaban vagamente sus nombres y con quién vivían, pero lo otro sí estaba funcionando, no podían hablar mal del Gobierno y estaban de acuerdo en todo. Seguimos haciendo estudios todavía.

—¿Cuántas personas tienen el chip? —preguntó April.

El hombre dudó unos segundos en responder, pero la mirada insistente y segura de April, lo intimidó. Respondió que hasta la fecha, más de 200 personas tenían el chip, un número que consideraban bajo, debido a la población del país. April sintió el deseo de lanzarse sobre él y golpearlo hasta cansarse. Pero respiró profundo, siendo consciente de que no era su culpa, todos trabajaban bajo las órdenes de Glorioso. También quiso saber porque ella sí recordaba las cosas, a pesar de haber sido secuestrada. Él sabía quién era ella, porque el día en que la trajeron a la casa presidencial, estaba junto al médico que le introduciría el chip. Sin embargo, algo salió mal. El cuerpo de April rechazó el aparato y tuvieron que quitárselo por completo y suministrarle una droga que le borraría temporalmente la memoria. El Presidente, al saber que esto había ocurrido, ejecutó en el acto al doctor. No estaba permitido dejar ir a una persona sin el chip luego de haber sido capturada por hablar mal del gobierno.

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