#LosEscenariosdelPaís: Inflación y desajuste económico-social

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La inflación no solo es un fenómeno monetario. Una visión más actualizada de la misma mide el volumen de la emisión monetaria con el volumen de la producción, de tal manera que la creación desmedida de dinero, respecto a la capacidad productiva de la nación influye en los índices de crecimiento de los precios. El economista y ex primer ministro francés Raymond Barre en su Manual de Economía Política, escribió que el valor de la moneda depende de “ …la confrontación entre la masa monetaria y el conjunto de mercancías y servicios que le corresponde…depende del esfuerzo productivo de la economía”.

Por su parte, John Maynard Keynes había descrito el “intervalo inflacionario”(inflationary gap) para explicar la disparidad entre la demanda y la oferta global en el mercado, es decir, la incapacidad de la oferta de bienes y servicios para satisfacer la demanda de la sociedad.

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Más allá de las connotaciones económicas, la moneda y el sistema de precios tienen una dimensión sociológica: la misma se expresa en la confianza que puede generar en el público. No  perdamos de vista que al fin y al cabo, la  sociedad es una expresión de la conciencia colectiva

En entornos inflacionarios agudos, el sistema social se ve sometido a una metamorfosis que ejerce una influencia determinante sobre la conducta y la escala de valores de los individuos. La familia, habitualmente planifica sus gastos en atención a sus niveles de ingresos y consumo, pero a mediano y largo plazo, incorpora a sus ingresos actuales, la riqueza esperada; constituida por sus ingresos laborales y por el patrimonio financiero e inmobiliario. En este escenario, es importante el grado de confianza e incertidumbre que se tenga sobre el futuro, ya que esta relación condiciona el nivel de gasto, consumo, ahorro e inversión.

El incremento continuo de los precios, tiene implicaciones negativas para el tejido social: en la Venezuela actual, junto con la escasez y la inseguridad, representa la primera preocupación de los ciudadanos. Es el problema que ocupa prioritariamente la atención del hombre de a pie: el asalariado, el ama de casa, el pensionado, el profesional, el desempleado, el que ejerce un oficio en la economía secundaria. Es el dolor de cabeza de las mayorías, que intentan sobrevivir en este estado de calamidad. Para ellas, no resultan relevantes las definiciones académicas o técnicas para explicar el fenómeno; su preocupación está en los efectos sociales que desencadena. El escritor André Maurois, al referirse a la inflación decía que la misma, ”…es obra del diablo, porque respeta las apariencias y destruye las realidades”

Lo que el ciudadano enfrenta, es simplemente un impuesto –el más regresivo e injusto–que no está contemplado dentro de las normativas fiscales o legales, que no ha sido aprobado por un parlamento o por un equipo económico, que no está destinado a financiar un proyecto o un programa concreto, que no ha sido creado porque el ahorro interno es insuficiente para la dimensión de las inversiones a realizar en infraestructura social o productiva.  Sin embargo, el alza de precios –que no responde a ninguno de los elementos señalados– aniquilador de la capacidad de compra y del ahorro, que ha  envilecido la moneda, empobrecido al ciudadano, que atenta contra la libertad de elegir, de escoger cómo, dónde y porqué seleccionar tal o cual producto, servicio o trabajo, que favorece la especulación y el bachaqueo, que impide la programación y la gestión de las empresas, y que ha distorsionado de manera brutal la vida económica y social, generando un clima de estancamiento, de desigualdad y de malestar, tiene un origen, un responsable: la política económica del régimen.

La misma que apostó al control estatal del aparato productivo y a la manipulación de la renta petrolera, sin propiciar la diversificación económica, la creación de excedentes productivos y una racional acumulación de capital, que acudió a las devaluaciones sucesivas,al crecimiento desbordado e irracional de la masa monetaria, mediante  la creación irresponsable de dinero inorgánico y la manipulación del régimen cambiario; afectando el funcionamiento de los mercados, la capacidad  productiva y la asignación eficiente de los recursos. Al no             existir equilibrio, el alza de precios promueve nuevas alzas, de allí la espiral que desencadena una inflación explosiva, que genera carencias, escasez y miseria.

Frente a un entorno económico hipersensible a las variaciones y comportamientos del escenario político y social, la tasa de cambio “paralelo o negro” se ha venido imponiendo como la tasa de referencia. Las imágenes de los últimos sucesos referentes a las protestas, la represión, y el fraude constituyente, no son precisamente elementos que propicien la confianza de los inversionistas y de los mercados. El Fondo Monetario Internacional, proyecta una inflación acumulada de 1.100% para finales del 2017: una verdadera hecatombe económica y social.

Ningún proceso inflacionario se mantiene en el tiempo si no es propiciado por políticas desacertadas de los gobiernos. Desmontar la sociedad inflacionaria, requiere concertación social, privilegiar el esfuerzo productivo diversificado, generación de empleo, ahorro, inversión social reproductiva, estabilidad y equilibrio. Ninguna de estas metas se logrará con el actual modelo político.

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