Editorial: Nada se ha perdido

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Los venezolanos, tan dados como somos al cortoplacismo y a prendarnos de las fórmulas mágicas, estamos tan ofuscados, tan desesperanzados, que somos incapaces de percibir la hora crucial que se nos viene encima.

Nos hemos hundido, otra vez, en la pesadumbre, al ver que el desenlace tan ansiado de la crisis que sufrimos, no estuvo sincronizado con la proclamada “Hora Cero”. Pasó el 30 de julio, el régimen instaló su Constituyente, amaneció un nuevo mes, y vamos camino a culminar el año, sin aparente novedad. Sentimos, en consecuencia, que el libreto gubernamental se cumple al pie de la letra, que hemos sido burlados sin remedio; que se frustró el mandato popular del 16-J y se traicionó el sacrificio de la protesta, la sangre derramada de los jóvenes libertarios. La ofensa toda.

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Se pasó la página, nos recriminamos unos a otros, en ésta muy inútil obsesión por repartir o asignar culpas ajenas, mientras se arrastra a la MUD hasta la hoguera. Actuar así es ceder a las mañas y perversidades del laboratorio oficial. Es declararnos poseídos por su brutal propaganda disociadora. Esa sí es una aplastante derrota, y lo pudiera ser definitiva si persiste en el tiempo, y en la dejación social.

Porque, es verdad, pueden despejar las barricadas, pero ¿acaso eso extingue el malestar colectivo, a punto de cobrar expresiones apocalípticas? Destituir alcaldes a mansalva, ¿no les vuelve más pesada la carga de resolver el salvaje colapso de los servicios públicos, y administrar en tiempos de una sequía financiera que no tardará en tocar fondo? Peor aún si además obran con tal suerte de ineptitud e improvisación, que a la alcaldesa usurpadora de Iribarren el primer anuncio que se le antoja hacer al colgarse la banda y asumir un cargo que jamás soñó, es que hará ferias en septiembre. ¡Pobre ciudad!

Ciertamente Venezuela, ni ningún otro pueblo sobre la faz de la Tierra, merecen maldición tan larga, cruenta y dolorosa; sin olvidarlo, es preciso no perder de vista que estos meses que se avecinan colocarán al poder frente a un desafío del cual, a todas luces, no saldrá bien librado. No tienen los recursos de los que antes disponían a manos llenas para comprar voluntades y conciencias. Tampoco poseen talento, ni palabra, ni les queda promesa creíble. Al deslucido mago de feria prestada se le acabaron los trucos.

En su esencia, la protesta de calle no se perdió. Nada se ha perdido. Está claro, que ni el fraude electoral, por su efecto corrosivo, ni el uso de la fuerza bruta, han vuelto más poderosos a quienes detentan el poder. Es precisamente la imagen que recorrió el mundo de una desesperada presencia de masas dispuestas a desafiar gases y tanquetas, así como la aniquilación de las instituciones, incluyendo el sagrado recurso ciudadano del voto, lo que acabó por alinear, al fin, a la comunidad internacional, del lado de la democracia y sus actores.

La grosera instalación de la Constituyente pareciera más bien obra de alguien que busca, desde las sombras, implosionar una cueva de latrocinios sin dejar huella. La llamada telefónica furtiva a la Casa Blanca, no contestada, y hasta el viaje sorpresivo a La Habana, si algo describen es una época postrera.

La presión internacional ahora es bárbara. Pdvsa está financieramente bloqueada, lo acaba de admitir su presidente, Eulogio Del Pino. La petrolera rusa Rosneft mostró sus garras de lucro. Credit Suisse no toca desde junio los productos financieros emitidos por Venezuela. Expulsados del Mercosur, expuestos a una inflación que derrite cada día nuestra moneda, la sanción, económica, política y moral, que llueve desde el resto del Continente y Europa, ante la “ruptura del orden democrático”, sorprende desnuda a una potencia petrolera que importa gasolina, a una República con apenas 845 millones de dólares en reservas monetarias en efectivo y cuya deuda externa asume niveles de vértigo: 41.240 millones de dólares la externa (en 1999 era la mitad) y 893.945 millones de dólares la deuda interna.

Acosados así, por el vencimiento, este año, de capital e intereses por más de 10.000 millones de dólares, una de las vías de escape del Gobierno sería negociar la refinanciación de la deuda. Y, ¿cómo hacerlo, disuelta la Asamblea Nacional, a través de una Constituyente que, aparte del unánime rechazo nacional, no es reconocida afuera?

Todo parece indicar que la economía levantará barricadas ineludibles. Sobre ellas debe arder como luz poderosa la esperanza del país, en el logro de su ansiado rescate. Por eso, nada de apatía y desconsuelos. “La peor derrota, el desaliento”, diría el Quijote a su fiel escudero.

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