Las carreteras en el municipio Crespo –en su mayoría- se encuentran deterioradas. Para algunos, estas vías quedaron inhabilitadas por el peligro que puede significar circular por ellas. Y en otras, los vecinos del sector temen cada día que puede ocurrir alguna catástrofe vial.
Los duaqueños recuerdan cada día una desgracia que ocurrió hace más de siete años, momento cuando se desplomó una fracción del puente de Limoncito, en la parroquia Fréitez. Desde entonces quedaron incomunicados residentes de Guaiguayure, Quebrada de Oro, y otros caseríos reconocidos altamente por su producción agropecuaria de piña, caraota y aguacate. Situación que con el pasar de los años ha alterado la distribución de cultivos.
Habitantes y agricultores del sector, para trasladarse y transportar su mercancía hacia la capital del municipio, deben atravesar el río con sus camiones o en motos, y en el más grave de los casos, a pie; cuestión que no es posible en épocas de lluvia y significa un peligro para su integridad. En el sitio se observan algunos trabajos realizados por las autoridades en los últimos tiempos, como colocación de cabillas y cemento que desvían el cauce del río para que las personas puedan cruzar la vía con mayor seguridad; sin embargo, a pesar de que la situación se ha denunciado y se ha exigido una pronta respuesta -desde hace años- la restauración del puente pareciera no ser algo primordial.
Durante un recorrido por la carretera Duaca- Aroa se puede observar que si no es restaurada prontamente, algunos de sus tramos podrían desplomarse en meses, y no habría vía de escape que le permita una salida a los ciudadanos de estos caseríos aislados.
A lo largo de toda la vía se registran alrededor de 11 fallas de borde. Se conoció por el productor Daniel Agüero, que en esas zonas fracturadas, la carretera continúa cediendo con el pasar del tiempo, y que factores como el peso de los camiones que se desvían por allí para llegar de manera más expedita hacia Falcón, y las fuertes lluvias, están acelerando un colapso que evidentemente se producirá si no son tomadas prontas medidas.
Agüero destaca que la carretera fue construida en 1972 en el gobierno de Rafael Caldera, y que desde entonces no se le ha efectuado ningún tipo de restauración. Además, comentó que la responsabilidad de la mala calidad de la vialidad, se la «pelotean» constantemente entre el Gobierno central y regional.
En tanto, el dirigente del Movimiento Crespo Activo, Asdrúbal Álvarez, agregó que el Gobierno invirtió más de 120 millones de bolívares, y lo único que se ha visto del financiamiento son vallas que indican que pronto será restaurada la vía. Para él, esta situación es símbolo de la desidia y corrupción dentro del municipio.
Algunas de las fallas tienen más de 20 metros de largo, y por completo cedió el hombrillo.
En un barranco que se formó en la carretera, luego de que colapsara la capa de asfalto, se encuentra un vehículo incinerado que evidentemente fue robado.
Carretera del terror
La vía Licua- Moroturo es una carretera de 23 kilómetros, quienes transitan por allí la consideran un terror. En algunos de sus tramos la capa asfáltica es inexistente. Es notable que no se ha efectuado ningún arreglo en la vía desde hace años. Por ello las fallas de borde son incontables. La fuerza de la naturaleza en la zona va destruyendo poco a poco el pavimento. Al no existir un mantenimiento, la maleza comenzó a tapar el hombrillo, y ya obstaculiza la carretera. El agua de las lluvias al quedarse estancada hace que nazca la paja, que poco a poco va rompiendo el asfalto con sus raíces. Todo esto ha traído como consecuencia que la carretera colapse.
Para Álvarez, el abandono de las vías agrícolas se traduce en deserción del trabajador obrero. Informó que 70% de las familias que se dedican a este oficio abandonaron sus tierras. Siendo la principal causa que no existen vías por la cuales sacar sus cosechas. A algunos se les han dañado sus camiones y no tienen recursos para restaurarlos, y quienes alquilaban vehículos de carga simplemente dejaron de subir al sector para resguardar su seguridad.
A los pocos obreros que intentan sembrar, y están subsistiendo en medio de esta calamidad, se les convirtió en tarea complicada adquirir los insumos para tratar sus tierras, puesto que en Duaca no existe ningún local de abastecimiento del Gobierno nacional y en su mayoría los adquieren a precio “bachaqueado”. Siendo otra razón que los ha obligado a abandonar las parcelas y los medios de producción.
Igualmente quienes tienen ganado atraviesan la difícil situación de que incrementó el abigeato. Algunas fincas son invadidas por grupos se que han dado a la tarea de sacrificar animales para comérselos en sus casas.
En algunas partes de la carretera se ha derrumbado incluso un canal entero. Y el temor de quienes transitan por ahí no solo es que sus vehículos se dañen, sino que puedan ser protagonistas de un accidente vial catastrófico.
“Los productores ahora forman parte de la cifras de los recolectores de basura y choferes. El campo y la siembra no dan seguridad económica. En las zonas productoras es un blanco para las personas de vida fácil, quienes se dan a la tarea de robar los frutos cuando ni siquiera han madurado(…) Si no hay solución estas zonas podrán quedar completamente incomunicadas o simplemente todos abandonaran sus parcelas”, expresó Álvarez.
En el olvido
En la vía a Licua, a 20 kilómetros del pueblo de Duaca, existen grandes caseríos donde habitan ciudadanos que tiempo atrás se dedicaban a la agricultura y comercialización de sus siembras. Siendo ellos los afectados directos de las pésimas condiciones de estas carreteras que se encuentran en total abandono.
Habitantes del sector comentan lo mucho que temen quedarse incomunicados, pese a que la situación no tiene aspecto de mejorar, al no existir ningún tipo de mantenimiento y ellos ser testigos de que la carretera va de mal en peor cada vez que caen fuertes lluvias en el sector. Serían más de 150 las familias afectadas.
Eloy Gómez detalla que casi ningún transportista se dirige a esa zona y solo un grupito de conductores de camionetas ofrecen el servicio; sin embargo, no tienen horario de trabajo, suben a los caseríos a las horas que puedan. Los precios que cobran también son un factor denunciado. Un viaje de ida y vuelta, de los caseríos a Duaca, es cobrado como mínimo en 6.000 bolívares.
“Ellos no pagan impuestos ni están inscritos a ninguna línea. Por lo que si uno trata de reclamar o protestar, solo hacen caso omiso porque nadie los puede obligar a nada. Lo que nos dicen es o pagan eso o simplemente no se montan”.
Por dicha situación los jóvenes del caserío dejaron de estudiar. El único liceo cercano en la zona queda en Licua, por lo que los niños tienen oportunidad de instruirse hasta sexto grado. Quienes deseen cursar bachillerato o nivel universitario deben hacerlo en Duaca o en Barquisimeto, y por el alto de los pasajes, no es una opción para muchos. Miembros de la familia de Gómez se trasladaron hacia la capital del estado, y viven residenciados en casa de unos amigos, siendo su única solución para lograr estudiar.
Los ingresos de los adultos de la familia mermaron desde que la agricultura ya no es una opción factible en la zona. Como lo detallo Roberth Sánchez, muchos optaron por usar sus tierras para solamente sembrar lo que consumirá su familia e invertir lo más que puedan en comprar ovejos y ganado. Su fuente de ingreso es preparar y vender queso.
“Tratamos de solo bajar una vez al mes del caserío por lo costoso y complicado que es. Hasta cuando un niño se nos enferma debemos correr a ver quién nos baja por esa oscuridad, curvas y peligro. Dios es grande y nos protege cada vez que tenemos que asomarnos por esa carretera”, expresó Gómez.