Parece prudente recoger por ahora los cartelitos de “Go Home” y de “Welcome”. La única vez que EE.UU. ha ejercido una opción militar en Venezuela fue en 1903, cuando alemanes e ingleses bloquearon las costas, cañonearon Puerto Cabello, y Cipriano Castro se quejaba impotentemente de la “planta insolente”.
Entonces Teddy Roosevelt mandó al Almirante Dewey con su flota a espantar a los europeos. No actuó para apoyar al ególatra Castro -a quién despreciaba profundamente- sino para reafirmar la Doctrina Monroe. Pero si no lo hubiese hecho, quizás en Margarita hoy se hablase en alemán.
Vinieron luego tiempos en que EE.UU. intentaron ser más amados que temidos, con políticas de Buen Vecino y Alianza para el Progreso. Pero ahora muchos allá se han ido convenciendo que, hagan lo que hagan, algunos jamás los van a querer; y siempre habrá quien los acuse de ser causa de todos los males.
Esa conciencia se agravó con el cobarde terrorismo de quienes les odian y los tildan de imperio. Quizás por eso apareció un desagradable negociador comercial llamado Trump, que adora el rol de policía malo.
Ahora se enteran de que un dilecto aliado del régimen madurista –Kim Jong-un– los amenaza con ataques nucleares; y como EE.UU. ejerce y no cotorrea soberanía se ha armado el propio baile de gallinas con China, Japón y Sur Corea. En esos bailes las cucarachas vivas se andan con mucho cuidado.
EE.UU. sabe de sobra que el petróleo venezolano es usado para financiar a cuanto enemigo suyo existe sobre la faz de la tierra. Quizás por eso en La Habana y Moscú andan de bajo perfil por estos días, mientras China avala salidas políticas para Venezuela.
Hace décadas que Estados Unidos tiene opciones militares para todo escenario imaginable. Si estuviesen decididos a tomar nuestro petróleo hace rato que los Marines estarían por estos lados y sin preocuparse por atentados suicidas. Quizás la policía de Nueva York tuviese que encerrar a algún despistado sin visa y con fusil, dando vueltas buscando la Casa Blanca.
Trump apenas enseñó la puntica de un garrote y rechazó un llamado telefónico; pero enseguida mandó a Mr. Pence de policía bueno a decirle a Latinoamérica que aún queda chance para una urgente solución política democrática en Venezuela.
Por acá ya resucitó la palabra “insolente” (con perdón de los 15.000 cubanos), pero detrás de todo el histrionismo para la galería se huelen señales de humo e intuyen saltos de garrocha. Sería irónico que, tras hablar tantas pajas, tuvieran que llamar a la OEA, a Santos, o al Papa Francisco para que les tire una soga.