Han pasado casi dos décadas desde que la llamada “IV” dejó de existir, para muchos es un lejano recuerdo, para otros tantos que ni siquiera la conocieron o recuerdan porque eran muy pequeños es una referencia vacía, e incluso para quienes la vivieron es una mención distante pues 18 años no son poca cosa. Lo increíble es que todavía hoy sigue siendo el “argumento” con el cual hay quienes intentan defender el fracaso de la llamada “V República”, esos mismos que han convertido al pasado en un fantasma contra el que siguen luchando por no ser capaces de crear un futuro.
Quienes están hoy en el Gobierno son (o al menos creyeron serlo) revolucionarios, llegaron al poder con la intención de cambiar las cosas de forma radical, con un discurso basado en los principios de la izquierda más anacrónica, disfrazado de una reivindicación de los más pobres. El problema es que no han sabido gobernar, no solo no fueron capaces de impulsar el bienestar de la mayoría de la población luego del auge petrolero más grande de la historia del país, sino que han sumido a la población en niveles de precariedad sin antecedentes en la vida moderna nacional.
La ineficiencia y la corrupción se apoderaron de la gestión pública (sí, seguramente antes había); sin embargo la lucha sin cuartel no ha sido contra estos males sino contra los enemigos, que es cualquiera que se oponga al modelo fallido que tercamente siguen intentando imponer. Como guinda de este conjunto de desaciertos ahora se intenta, también a la fuerza, imponer una nueva Carta Magna, la cual a pesar de todos los adornos solo tiene como fin seguir avanzando con la consolidación de un modelo hegemónico, manteniéndose relegada la acción de gobernar.
La lógica de quienes gobiernan hoy no es la del servidor público, mucho menos la del gerente público, es fundamentalmente la del político. Y qué busca el político, acceder al poder y mantenerse en él, la diferencia con otros países es que las instituciones lo regulan. Lamentablemente la estrategia del régimen actual fue colocar personas cuya lógica es también política, y peor aún ideologizada en muchos casos, al frente de posiciones que debería ser institucionales. En tal sentido, la única lógica que prevalece hoy en quienes están frente al Gobierno es seguir en el Poder.
Paradójicamente en esa propia lógica está su principal punto débil. El caso de la fiscal es emblemático, seguramente tuvo sus razones personales para actuar institucionalmente, pero no cabe duda que su demarcación obedeció fundamentalmente a razones políticas, a la necesidad de conservar (o aumentar) cuotas de poder. En esa misma lógica actuarán otros factores, que si no lo han hecho es porque han logrado mantener sus cuotas de poder gracias al frágil equilibrio de fuerzas internas que mantiene aún de pie al Gobierno.
Dentro de esas fuerzas internas hay factores más moderados que quizás estén intentando ir ganando espacios. La Constituyente también es contra ellos, ahora los necesitan y los habrán convencido que esta tramoya legalista es para acabar con los enemigos comunes (esos que vienen de la IV República). No se dejen engañar, la moderación lamentablemente no parece estar en el libreto en estos tiempos. La invitación es a dejar de ver fantasmas del pasado y atreverse a contribuir a construir un futuro sentándose del lado de la Democracia, incluso con los adversarios históricos.