La Resistencia

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Cuando el reloj marcó las 12 del mediodía, las pantallas se encendieron para empezar a transmitir por todo el país el viaje presidencial. Una enorme tarima, separada del público y custodiada por numerosos Buitres, adornaba la plaza central de la capital. Después de unos minutos, el presidente apareció para recibir la euforia de la multitud. Todos se levantaron de sus asientos y aplaudieron satisfechos. La mayoría sobrepasaba los 80 kilos, por lo que era un esfuerzo levantarse y sentarse constantemente. El mandatario tomó el micrófono y empezó su discurso de apertura. Luego, manifestó su preocupación sobre los demás estados, asegurando que un grupo de terroristas y rebeldes estaban planificando su destitución. La gente pareció alarmarse, murmurando entre sí. Glorioso retomó el orden diciendo que no debía cundir el pánico porque contaban con la protección de los Buitres y a su lado estaba el Defensor y Comandante de ellos. Patricia medía el tiempo porque debían seguir el lineamiento del itinerario. A continuación, el gobernante pronunció unas palabras para mostrar a través de las pantallas de todo el país, un video revolucionario de sus buenos actos como mandatario. Irónicamente, los protagonistas eran exclusivos del capitolio. Se veía, como una familia integrada por cuatro, padres e hijos, bien alimentados, recibían una majestuosa casa en el centro de la ciudad. Ellos agradecían con palabras pomposas y vociferaban “viva la revolución”.

Repentinamente, la pantalla se oscureció. Creyendo que se trataba de un error técnico, esperaron unos segundos. Al recobrar la cobertura, apareció un hombre enmascarado hablando con la voz alterada.

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—Señor Presidente, tengo el gusto de dirigirme a usted como portavoz de personas inconformes con su mandato —dijo mientras Glorioso arrugaba su bigote—. Y ustedes, ciudadanos de la capital, viven sumergidos en riqueza mientras el resto del país se muere de hambre. Mientras ustedes comen más de seis veces al día, los demás tienen el derecho de una comida diaria.

A medida que hablaba, iban pasando imágenes de personas hurgando en la basura con la esperanza de encontrar comida, del mismo modo, la cola que debían hacer los del resto del país para su respectivo plato diario y otras imágenes más fuertes que resultaban irritantes para los de la capital. Cómo podía existir gente desnutrida e insípida. ¿En dónde estaba el buen gusto al vestir? Se preguntaban muchos, horrorizados. Algunos sabían cómo vivían los demás estados; otros, en cambio, en su gran mayoría, desconocían la realidad. Los técnicos intentaron cortar la transmisión, pero algo lo impedía.

—Además, queremos hacer pública una noticia: El Presidente padece una enfermedad que está acabando lentamente con él —dijo el enmascarado—. Podría intuirse que se trata de la misma que tuvo su hermano. Por último, comprobaremos cómo sobreviven ustedes sin electricidad en las próximas horas. Disfruta de tu propio juego, Glorioso.

Hubo un silencio entre el público. La pantalla se apagó y, en pocos segundos, toda la capital quedó sin servicio eléctrico. La multitud se alborotó, pidiendo explicación. Los Buitres trataron de mantener el orden mientras Glorioso y su séquito fue trasladado a la casa presidencial para su seguridad. Los entes competentes se pusieron en marcha para recobrar la luz.

April, junto a Esteban y los demás jóvenes, se bajaron de un camión. No tuvieron contratiempos en llegar a la capital, pese a las 10 horas de viaje y, bajo indicaciones de Victorino, el Buitre, lograron desviar la atención. Todos vestían similar a los Buitres, pero dejaban sus caras al descubierto, y cargaban armas que, en poco tiempo, aprendieron a usar. Ahora, necesitaban esconderse en la guarida donde los esperaban los demás resistentes.

Esa era la primera vez que April pisaba la capital, o al menos que estuviese consciente, porque no contaba el día en que la reclutaron. Los edificios eran enormes y sentía la sensación de que en cualquier momento le caerían encima. Al momento de llegar, observó que la guarida de la resistencia era mucho mejor que la de ellos, que sólo tenían un viejo búnker. Parecía una especie de base militar abandonada. Pa ra su sorpresa, unos cuantos Buitres vigilaban la entrada. Intercambiaron palabras con Esteban y luego entraron.
El refugio, por dentro, estaba equipado de armas. Los jóvenes iban y venían. En el fondo, April visualizó un entrenamiento de dos gemelas; eran altas y fuertes. En ese instante, se sintió débil. Sus patadas no parecían tan fuertes como las de ellas. De haberle tocado pelear con alguna de las dos, seguro terminaría besando el piso.

—No hay que dejar que nos intimiden —le susurró Esteban.

—No lo estoy, sólo creo que a veces no estoy preparada para esto —dijo, sosteniendo fuertemente el arma entre sus manos. Podría ponerme nerviosa si me tocase dispararle a un Buitre. Y aún hay cosas que no recuerdo de mi pasado.

—Tienes que ser fuerte. Y sí, muchos de nosotros podríamos morir en esto. Pero que de algo sirvan nuestras muertes para futuras generaciones.

—Que podamos vivir en paz —interrumpió ella—. Mi abuela recuerda un país en el que todos trabajan, se daban gustos y vivían bien. Podían comer las veces que fuesen necesarias. Las personas se divertían sanamente. Ahora, sólo ha quedado en los recuerdos de los ancianos. Nosotros, para mala suerte, tuvimos que nacer bajo este régimen.

—¡Bienvenidos a nuestra guarida! —anunció, de pronto, un hombre de tez morena, calvo y alto—. Pueden sentirse como en casa. Aquí tendrán comida, que por lo visto la necesitan.

Fue el único que rió ante su comentario. April miró incrédula, preguntándose si se trataba de un Buitre, porque aquel hombre aparentaba unos 40 años. Se presentó con el nombre de Serpac y estaba a cargo de la Resistencia. Su nombre verdadero era Carlos y perteneció al tren gobernante del anterior presidente. No conforme con el mandato de Glorioso, decidió rebelarse y este, sin pensarlo dos veces, mandó a matarlo. Para la suerte de Carlos, la persona que se encargó de ejecutarlo, era amigo suyo y lo perdonó, pidiéndole que desapareciera. Por muchos años Carlos pasó a estar muerto. Su familia se olvidó de él y, cuando dejó de ser importante, empezó a idear un plan que le llevó tiempo y ahora empezaba a hacerlo realidad. Recolectó más información de la que tenía y contactó a algunos Buitres para ponerlos a favor. Después de todo, él era el creador de ese proyecto y conocía cada detalle. Al presidente anterior, le pareció una idea descabellada, y la descartó.

Glorioso, por su parte, cuando su hermano murió, se quedó con toda la información y modificó algunas cosas a su conveniencia.

Serpac les dio un recorrido a los invitados por toda la base y los presentó ante los demás. Muchos no parecían conformes. April sintió las miradas sobre ella. Trató de no darle importancia, pero la situación se tornaba incómoda. Sí, quizá era la más débil. Las gemelas que en un principio estaban entrenando, la miraban como si quisieran retarla a un duelo.

—Tenemos tres horas hasta que llegue la luz para lograr entrar a la casa presidencial —comunicó Serpac. La electricidad sólo afectó el centro; su base, como estaba retirada, no sufrió el daño. Encendió una pantalla que todos pudiesen mirar. En ella, había un croquis bien elaborado sobre la estructura de la casa presidencial. Esteban comprendió de dónde sacó Martín la información, lograría vengar su muerte y la de su padre—. Debemos dividirnos en grupos. Los que entren por el ala dos se encargarán de soltar a las personas; como ven, en este cuarto están todos encerrados, los que fueron reclutados por Glorioso para un interrogatorio. Tranquila, April, ya me contaron que tu abuela está entre ellos, lograremos sacarla. Puedes confiar en mí al decirte que se encuentra bien.

April asintió. Para eso había venido de tan lejos. Serpac siguió explicando lo que debían hacer. El grupo que entrara por el ala uno, eran los que tenían el privilegio de llegar hasta Glorioso y capturarlo para ser pública su ejecución. El tercer grupo, irían por el ala cinco, en donde llegarían a la sala de datos, allí retienen toda la información de experimentos y del país en general. En esa sala los esperaría Patricia, la secretaria del presidente, que trabajaba en secreto con Serpac. Cada grupo iría con varios Buitres para mayor protección.

—¿Entendieron, alguna duda?

—Yo —pronunció April, alzando la voz—. Quiero entrar por el ala dos para rescatar a mi abuela y también iría al ala cinco. Necesito saber por cuenta propia qué fue lo que me hicieron cuando me reclutaron. No quiero ser más un experimento del gobierno.

—Está bien —respondió Serpac después de una pausa—. Tienes algo de valiente que me agrada, pequeña. Chicos, escuchen —el hombre la tomó del brazo y la puso a su lado—. Ella es April Gil, fue la joven capturada que logró recuperar la memoria; mejor dicho, no pudieron borrársela del todo.

—Ella es un experimento fallido —comentó una de las gemelas, cruzada de brazos, causando la risa de los demás.

Cuando April iba a responder algo en su defensa, apareció Victorino, el Buitre. Ella sonrió al verlo. En poco tiempo, se había ganado su confianza, y más al saber que él se encargaba personalmente de darle buena comida y sus respectivas medicinas a su abuela. Se estrecharon la mano y él comentó estar contento al tenerla presente para la guerra.

—¿Preparada? —preguntó.

—Supongo que sí.

Ángel, el amigo de Esteban quien también pertenecía a la resistencia, decidió quedarse junto a otro grupo en su estado, para convencer a los demás jóvenes de la zona andina que se unieran a la lucha. En el momento en que la pantalla se apagó, los presentes concentrados en la plaza empezaron a abuchear. Los de protocolos, enviados por la capital, no sabían qué hacer. Los ciudadanos, ante las palabras del enmascarado, se llenaron de ánimos. Los pocos Buitres no lograron controlar la multitud que, enfurecida, se acercaron a la enorme pantalla y entre todos la tumbaron. Los jóvenes, dirigido entonces por Ángel, intentaron tumbar la estatua de Glorioso que adornaba la plaza.

Los Buitres, viendo que perdían el control, dispararon hacia arriba, creyendo que con esto dispersarían a las personas. El efecto fue contrario, más se alborotaron. La estatua cayó al suelo, partiéndose en pedazos. En coro gritaban “libertad, libertad”, mientras se unían las demás personas que aún estaban inseguras. Los de seguridad no podían atacar durante el día sin una orden presidencial, sólo en las noches tenían ese derecho. Un joven, de quince años, fue agarrado por un Buitre, lo tumbaron al suelo y entre tres lo golpearon sin piedad. El quinceañero se cubría el rostro, en modo de defensa, diciendo que ellos debían ser los protectores del pueblo, no los opresores.

—Toma tu libertad —gritó un Buitre, golpeándolo en el estómago.

Ángel, al ver cómo golpeaban al adolescente, salió en su defensa. Empujó al Buitre, pero este, rápidamente, le estampó un golpe en el rostro. A pesar de la diferencia de fuerzas, el moreno también era robusto y resistía a los golpes de su atacante. Los demás jóvenes se acercaron al quinceañero para levantarlo, mientras Ángel seguía en la pelea. El Buitre, cansado al ver que el otro resistía más de lo esperado, se alejó unos pasos para sacar su arma y apuntar. Ángel lo miró desafiante y, en un instante, su cuerpo yacía en el suelo.

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