Desde mi ventana puedo ver cómo caen sobre la ciudad los ígneos colores de la tarde que en pinceladas de bellísimos reflejos, avanza hacia la noche para dar paso a otro día que ya pule sus primeras refulgencias, con su tejer y destejer de sueños y esperanzas que van buscando a Dios más allá de la plegaria y del milagro, en este tiempo en el que suceden tantas cosas aciagas, de crisis pavorosas, de exilios, de júbilos atroces y de crueles mortandades, de cadenas que amordazan, de ambiciones desmedidas, de violencias y de vidas que se fueron cargadas de gloria inmarcesible.
Aún en las noches más sombrías, todavía nos quedan las auroras por venir…
Nada se detiene en este mundo, los días transcurren una y otra vez imparables, de nuevo otro día, otra incertidumbre, el hambre en aumento, otra tarde que se muere, perros flacos ante la mirada indiferente, niños huérfanos, ancianos sin esperanzas, la llegada del silencio de la noche cargada de otras esperanzas, de otros sueños.
Somos los que a pesar de los modos de errar, buscamos descifrar los laberintos en los que el destino parece marcara un camino uniformado para el odio, otro libre para el amor, para el azar, para el temor o para la duda. Solo queda cuando se pierde la fe que cada uno vaya labrando su desgraciado destino.
Aún en los momentos más oscuros aparece una luz en el camino.
Sin la antorcha divina en este abismo en el que se está inmerso, con el pecho infeliz roto y deshecho, a fuerza de sufrir y de callar, seguirá siendo oscuro el horizonte, porque la cobardía y el vacío del alma son el peor tormento para el corazón del hombre. La antorcha de la fe brillará de nuevo sobre el pecho del que la rescate; su fe brillará como luz al irradiar la aurora.
El sol se hunde en el ocaso. Aunque todo es un momento fugaz que se vive en este mundo limitado, de nuevo una y otra vez por siempre despuntará la alborada esa que colma en todo su anhelo la esperanza… En los momentos más rozagantes aparece la hoz amenazante de la muerte, aún el más encumbrado espíritu siente miedo ante su presencia, como lo siente un pueblo cuando le coartan su libertad.
Suena una campana que se acerca dobla que dobla. No pregunten por quién dobla. Dobla por todos. El pueblo está herido, las calles se saturan de pesar, pero sigue naciendo el sol y con él las más bellas auroras. Que suenen las campanas que suenen en el llano, en la montaña, en el desierto que suenen y sigan sonando, mientras yo elaboro un réquiem o un soneto al oscuro camino hacia el que nos encaminamos… En los momentos más oscuros truena el temporal, anochece la esperanza y con ella anochecemos. Mañana será otro día…
“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios, como si ante ellos la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… ¡Yo no sé! Y el hombre… ¡Pobre…! ¡Pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos y todo lo vivido, empozándose, como charco de culpa, en la mirada. (Cesar Vallejo)