Ni desesperanza ni desesperación

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En circunstancias como las que nos encontramos los venezolanos: una crisis múltiple provocada por un poder inescrupuloso tercamente empeñado en obstruir cualquier solución, hay que estar alerta ante dos enemigos emboscados sumamente peligrosos que son la desesperanza y la desesperación.

El poder, cercado por sus propios errores, el más reciente y grave de los cuales es esa constituyente fraudulenta que lo metió en la calle ciega de tener que mentir del modo más escandaloso, insiste en una estrategia que ha ido teniendo rendimientos decrecientes. La de meter miedo para que cunda la desesperanza y con ella la desmovilización, y en una parte de quienes se mantengan activos, sembrar la desesperación que empuja a acciones apresuradas, impulsivas y desconectadas de una línea estratégica de mayor aliento y proyección. Para eso la escalada represiva contra alcaldes y el rapto de López y Ledezma para devolverlos a prisión, aunque más de uno crea que se trata de síntomas de lo que va por dentro, que no es precisamente una batalla a campal sino una peligrosa guerra a cuchillo.

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Este gobierno no tiene futuro. Puede simular que se engaña con los “resultados” oficiales del domingo 30, e incluso alguno que otro de ellos puede engañarse realmente. Pero si abusar del poder real es tarde o temprano costoso e inútil, hacerlo de un poder ficticio, con pies de barro, es una necedad inconmensurable. Ha perdido credibilidad interna, la mayoría de los venezolanos no traga su intento de engañarnos y muchos que en efecto votaron y los militares desplegados en el Plan República, saben que en esos centros vacíos nunca en la vida pudo haber ocho millones de personas. Y ha perdido credibilidad exterior, el mundo no se comió el cuento de que su maniobra resolvería la crisis y uniría y pacificaría a un país que está, naturalmente, más dividido e irritado.

Aquí lo que está planteado es un conflicto entre el país entero, que quiere paz y progreso, y el pequeño grupo que se cree amo del poder y que no representa a todo el chavismo y ni siquiera a los que sí participaron el domingo pasado, más o menos la tercera parte de lo que leyeron las señoras en su boletín.

La clave está en la claridad de propósitos y la unidad. Allí la responsabilidad de nuestros dirigentes. Lo que nos da la confianza para seguir adelante y para no caer en la desesperanza ni en la desesperación. Mantenernos unidos, en esa diversidad que coincide en la necesidad del cambio político para abrir paso a un gobierno de unidad nacional que se ocupe de los problemas de verdad y restablezca el respeto a la Constitución como marco de seguridad para todos. Unidos. No perder el foco ni entretenerse en intrigas que el aparato de propaganda oficial sabe difundir para contaminar el ambiente.

Vencer a un proyecto como el que se aferra el poder nunca es fácil. Nadie dijo que lo sería. Pero lo venceremos. Mucho hemos avanzado nacional e internacionalmente para lograrlo, y mucho han retrocedido ellos, que ya no tienen ni el respaldo popular, ni la imagen internacional niel dineral que solían tener. Porque este país se decidió a cambiar y cambiará.

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