I
Los números no mienten, solían decir los maestros de antaño en sus clases cuando mostraban variados ejemplos con los cuales nos iniciaban en las matemáticas. Advertían, sin embargo, sobre las manipulaciones de que eran objeto como una forma de alertar sobre resultados poco confiables cuando alguien se esfuerza en dar resultados donde la verdad numérica se utiliza para engañar a incautos o algún iniciado en la ciencia que domina la mayor parte del comportamiento de la humanidad. Lo digo por lo ocurrido el domingo pasado con el resultado del proceso comicial que llevaría al país a elegir una constituyente de dudosa legalidad. Más de 8 millones de votantes se contabilizaron en el conteo, casi un millón más del conseguido el 16 de julio por los opositores del gobierno de Nicolás Maduro, el más interesado en dominar un escenario legislativo hecho a su medida. Si se suman las cantidades de los dos procesos tenemos un universo de votantes de casi 18 millones de personas, un millón menos del Registro Electoral, lo que significa que más de 90 por ciento de la población tuvo participación en ambas consultas, un hecho sin precedente en la historia republicana del país. Como eso no sucedió es que pretendemos poner en duda el sistema mediante el cual se contaron los votos del pasado lunes. Si le preguntan a cualquier ciudadano si confía en el trabajo del Consejo Nacional Electoral estamos plenamente seguros que la respuesta será mayoritariamente negativa por la triste y amarga experiencia vivida en otros procesos. Evidentemente el CNE y su presidenta, la polémica Tibisay, no disfrutan precisamente del fervor público. Basta ver las bromas que le gastan en las redes sociales para comprobar que doña Tiby no es precisamente una experta matemática, pero muy diestra a la hora de operaciones de multiplicar y dividir a su antojo.
II
¿Qué hacer?. Es una pregunta repetitiva que se hacen los ciudadanos. Nadie tiene una respuesta clara y determinante en este momento de tanta turbulencia política. Menos los periodistas, execrados prácticamente de los centros de votación, sin ninguna posibilidad de ser testigos u observadores del acto comicial, como siempre ha ocurrido. Solo queda el registro de alguna cámara de TV cuando votaba el Presidente de la República y la maquinita le jugó una mala pasada al no reconocerle su identificación ante la sorpresa del mandatario y el pánico de los miembros de mesa. Y no se tiene una respuesta al ¿qué hacer? porque no lo sabemos, ni siquiera los protagonistas del proceso electoral y menos de los “constituyentistas” electos. Los pobres deben estar revisando listas y haciendo las operaciones de conteo para conocer de primera y segunda mano su destino. Lo conocido hasta ahora por declaraciones de líderes opositores es que la lucha continuará. Cuando escribimos estas líneas se ha activado un operativo para protestar, no sabemos si es por la constituyente, o por la curiosa y graciosa manera en que el CNE y sus aliados manejan los números.
III
Indudablemente todos los venezolanos y el propio gobierno están atrapados en una enorme telaraña, difícil de desenredar hasta para el propio Spiderman, el famoso personaje de las comiquitas y ahora hasta del cine. El gobierno debe estar pensando en qué hacer con los países contrarios al régimen, muchos de los cuales se han negado a reconocer la legalidad de la constituyente de Nicolás Maduro, entre ellos al poderoso Estados Unidos y la mayoría de las naciones pertenecientes a la Unión Europea, las cuales se han mostrado en total desacuerdo con las elecciones del domingo pasado, reclamos que le saben a casabe al gobierno rojo. Por su parte los ciudadanos siguen en el limbo, detenidos en un tiempo incierto, sin trabajar, escaso de recursos económicos, sin alimentos ni medicinas, en una espera que desespera, o mejor dicho esperando a nadie.IVFinalmente un numerólogo está preguntando por las redes cuanto se ha gastado en la campaña constituyentista y nadie le ha respondido todavía. Tampoco se sabe cuánto dinero tendrá que pagarse a los 500 asambleístas y sus respectivas secretarias y personal administrativo. Son cifras alucinantes guardadas en el más insondable misterio de nuestra política nacional. En tanto, la pobreza hace estragos entre los más vulnerables en esta insensata lucha por un poder tan efímero como nuestra propia vida.