¡Cuántas veces hemos repetido el “venga a nosotros tu Reino” al rezar el Padre Nuestro! ¿Qué significará esa frase?
Jesucristo nos la explicó con muchísimas comparaciones y parábolas. Tanta importancia tiene, que debe estar antes que todo lo demás.
En la Parábola del Tesoro escondido y la de la Perla fina. (Mt. 13, 44- 46), Jesús nos plantea cuán valioso es el Reino de los Cielos si se compara con otras riquezas. Nos habla de un tesoro que alguien encuentra y, “lleno de alegría, vende todo lo que tiene”, para poder comprar ese terreno. Y nos cuenta de un comerciante de perlas finas, que encuentra “una perla muy valiosa”, por lo cual vende todo lo que tiene para comprarla.
Como vemos, ambas comparaciones dadas por el Señor nos indican que no hay nada más importante que el Reino de los Cielos. Por eso, el que lo encuentra trata de comprarlo al costo que sea y vende todo lo que tiene, para poder lograr tenerlo.
El Reino de Dios ciertamente comienza desde aquí en la tierra. Pero lo obtendremos plenamente al pasar a la eternidad, cuando podremos gozar de la presencia de Dios en el Reino de los Cielos.
Pero para llegar a allí, para vivir el Reino de los Cielos y para vivir en el Reino de los Cielos, debemos “vender” todo lo demás y “comprar” ese terreno y esa perla que es el Cielo.
“Allí donde está tu riqueza, allí estará también tu corazón”, nos advirtió el Señor en otra oportunidad (Mt. 6, 21) ¿Y cuál es nuestra riqueza? ¿Qué es lo que consideramos más importante en nuestra vida? Será.. ¿el dinero? ¿la familia? ¿el trabajo? ¿el poder? ¿la recreación? ¿el cuerpo? ¿la salud? ¿la longevidad? ¿el conocimiento? ¿la actividad?… ¿Cuál es nuestra riqueza? Si es alguna de estas cosas o algo parecido, y no es el Reino de los Cielos, estamos mal, pues tenemos puesto el corazón en “riquezas” aparentes, y no en la verdadera riqueza, la única riqueza.
Recordemos que en otro momento nos dijo el Señor, también refiriéndose a su Reino y comparándolo con otras riquezas: “Busquen primero el Reino de Dios y lo demás les vendrá por añadidura” (Mt. 6, 33). Es decir, adicionalmente se nos darán otras cosas. Pero primero tenemos que buscar lo que es realmente importante: el Reino de Dios, la salvación.
En el Rey Salomón vemos cómo Dios quiere que seamos. Este pidió a Dios sabiduría para cumplir bien la misión que le había encomendado. Y Dios le dio la Sabiduría, pero también cosas que no le había pedido. Así contestó Dios la oración de Salomón: “Te voy a conceder, un corazón sabio y prudente como no lo ha habido antes, ni lo habrá después de ti. Y te voy a conceder lo que no me has pedido: tanta gloria y riqueza que no habrá rey que se pueda comparar contigo” (1 Reyes 3, 5-12).
La “añadidura”, lo adicional, son todas las demás cosas que no son el Reino de los Cielos. Son las cosas que hay que vender para comprar lo verdaderamente valioso. El problema es que si buscamos sólo la “añadidura”, lo secundario, corremos el riesgo de quedarnos sólo con eso y de perder lo que es importante. En cambio, si buscamos lo que verdaderamente vale, el Reino de los Cielos, tendremos eso … y también lo demás. Buen negocio ¿no?
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