El vacío de Nelson Arévalo, un mes después de su muerte

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En dirección a la ventana que da luz a la sala donde está sentada se pierde la mirada de Yexary Arévalo. “Me cuesta mirar y no tenerlo al frente”, dice para explicar aquello que buscaban sus ojos: a su hermano menor, Nelson Daniel Arévalo Avendaño, junto con quien cenaba a diario en una mesa frente a esa ventana, hábito que dejaron de cumplir desde el 16 de junio, cuando él falleció mientras participaba en una manifestación cerca de la urbanización Club Hípico Las Trinitarias.

Yexary y Nelson Daniel compartían un apartamento desde que ambos decidieron dejar el pueblo donde se criaron, Guarico, municipio Morán, para hacer una carrera universitaria en Barquisimeto. Así lo hicieron los dos hermanos mayores, ellos seguían el ejemplo.

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A pesar de que el plan era comenzar los estudios universitarios, prematuro en todo, como lo fue desde niño, Nelson Daniel no esperó cumplir la mayoría de edad para mudarse a la capital larense y hacer un curso. Después, comenzó a estudiar Informática en el Instituto Universitario Antonio José de Sucre, pero descubrió que prefería ser abogado, se inscribió en la Universidad Fermín Toro y ya había avanzado por lo menos dos años y medio, hasta aquel viernes por la tarde cuando lo hirieron de muerte en el cuello mientras protestaba junto a otros jóvenes en la avenida Hermann Garmendia, al este de la urbe.

En el edificio donde estaba residenciado junto con su hermana, todos lo conocían. Lo llamaban por el diminutivo de su nombre por la cercanía y el afecto que en poco tiempo construyó con los vecinos. Era tan sociable que no era extraño para la hermana llegar del trabajo y encontrarlo conversando con las señoras de la urbanización. Esa era su naturaleza. “Mi hermano desde pequeño resaltaba”, describe Yexary. Aunque ella no encuentra un adjetivo exacto para definirlo, eso que lo hacía brillar, está convencida, no lo tiene todo el mundo.

Desde la infancia Nelson Daniel daba destellos de su particular personalidad. Caminó y habló antes de lo esperado. Pese a ser el menor de cuatro hermanos, creció ocupándose de representar a la familia y trataba con especial cuidado a las mujeres de la casa, su mamá y sus dos hermanas. A las tres les pedía la bendición. Y así se despidió el 16 de junio. “Bendición, Zari”, le dijo a su hermana Yexary antes de salir y esas fueron las últimas palabras que cruzaron ambos.

A los 22 años sabía equilibrar muy bien el respeto con la simpatía. “Era el más alegre de la casa”, recuerda su mamá, Damary Avendaño. Por eso, desde su muerte los días para los Arévalo Avendaño transcurren con una vacuidad insustituible. “Yo pienso que uno de los regalos más grandes que da Dios son los hijos. Cada uno tiene su lugar en mi corazón y el de Nelson Daniel no lo ocupará nadie, se quedará así, vacío”, se le escucha decir a la señora Avendaño por teléfono, esforzándose para que el llanto no le impida pronunciar las palabras para hablar a EL IMPULSO de su hijo más pequeño.

“No exagero cuando digo que era de buen corazón”, asegura la madre. De eso, afianza, son testigos todos los habitantes del pueblo, quienes le rindieron homenaje el día del sepelio y acompañaron a la familia en caravana desde El Tocuyo hasta Guarico.

Con esa madeja de recuerdos hecha con un largo hilo de atributos y del cariño mostrado por desconocidos la señora Avendaño ve su vida fragmentada en dos: “Nos cambiaron la vida. Con esa bala se llevaron sus sueños, los de nosotros, mis proyectos con mis hijos”.

Convicciones inquebrantables

Las peticiones constantes de la madre para que dejara de asistir a las protestas antigubernamentales no lograron que Nelson Daniel abandonara sus convicciones. Tampoco lo logró su hermana Yexary en las numerosas conversaciones que sostenían respecto a la crisis del país.

Una de las preocupaciones del muchacho era el futuro por la situación económica, recuerda la hermana y cita uno de sus argumentos más repetitivos: “Yo quiero prepararme, estudiar, graduarme. Pero, ¿Después qué?”.

Esas ideas, afirma ella, “nadie se las inculcó, no era que se dejaba llevar por los demás. Mi hermano toda la vida fue alguien que expresaba su opinión”. No se conformaba con quejarse y criticaba a aquellos que solo reclamaban por las redes sociales. Y aun con tan sólidas creencias respetaba la posición de otros y evitaba provocar conflictos dentro y fuera de la familia por temas políticos.

La mamá sabía lo tozudo que podía ser Nelson Daniel con su opinión respecto a lo que como ciudadano y joven debía hacer por el país y, sin embargo, le insistió “mil veces” que no saliera a protestar, sobre todo, después de ver a través de internet cómo asesinaban a los jóvenes, en Caracas, durante las manifestaciones.

“La diferencia entre Nelson y nosotros es que él se atrevía a expresar lo que sentía”, dice la señora Avendaño para marcar la indomable determinación de su hijo.

“Me hubiese gustado parir a ese muchacho en otra época y no en esta, con estos problemas”, lamenta y después agrega, como con un aire de valentía, que pese a su deseo de protección maternal a Nelson Daniel le tocó vivir tiempos convulsos y lo enfrentó, porque “quería vivir en un país diferente”.

Dios sabe lo que pasó

Por estos días, cuando ha pasado un mes y siete días de la muerte de Nelson Daniel, Dominic, como lo llamaban algunos amigos, la familia no tiene novedades sobre la investigación. El último dato que recibieron fue el acta de defunción donde se especifica que el cuerpo presentó traumatismo raquimedular severo y una herida por disparo de arma de fuego, la cual le ocasionó blasting pulmonar, a entender, daño en los pulmones por la onda expansiva del proyectil que, a su vez, pudo desencadenar una embolia pulmonar.
Antes de que entregaran a los dolientes el certificado con el resultado de la autopsia, el ministro de Interior y Justicia, Néstor Reverol, publicó en su cuenta de Twitter que la muerte del joven había sido producto de la manipulación de un mortero.

Transcurrido un tiempo prudencial para que las autoridades avanzaran en el caso, equivalente a la décima muerte en Lara relacionada con las protestas contra el Gobierno, la progenitora confía en la intervención divina: “Justicia celestial va a haber. La terrenal a veces llega un poco tarde, pero confiamos en Dios”.

Al responsable de la muerte del menor de sus hijos, la señora Avendaño dice: “Ojalá podamos verle la cara no para llenarme de rencor porque mi hijo no conocía eso, sino para preguntarle ¿Por qué lo hizo?”.

Para Yexary es importante que el homicida comprenda que la existencia que interrumpió fue la de alguien muy joven: “Esa persona que mató a Nelson Daniel debe saber que le quitó la oportunidad de seguir viviendo, de tener hijos, de estudiar, de graduarse, de disfrutar cosas y ya no va a poder”.

Agrava el dolor, admite la pariente, cuando se tergiversa lo sucedido. Por eso, pide en nombre de la familia que se esclarezca el hecho: “Eso no nos va a devolver a Nelson, pero sí queremos saber que se descubra, aunque no sea un alivio, no debe quedar impune. Nelson lo hubiese pedido por cualquiera de nosotros”.

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