El domingo 16 de julio de 2017 se convertirá en un hito trascendental en la historia republicana de Venezuela. Más allá de las cifras o los niveles de participación que se evidenciaron en la jornada, lo más importante que debemos destacar es la actitud cívica y democrática de la población.
La forma alegre, entusiasta, consciente y organizada como se llevó el proceso ha dejado en evidencia los valores esenciales que caracterizan al pueblo venezolano, que una vez más ha desoído cantos de sirena con invitación a una confrontación bélica fraticida. Y es que, a través de numerosos estudios e investigaciones que se han efectuado en el país, se ha demostrado hasta la saciedad, el apego que se tiene al voto y la participación política en general. En 2011, el Centro Gumilla efectuó un diagnóstico profundo sobre las valoraciones de la democracia de los sectores populares y determinó la enorme importancia que tiene para la gente las herramientas que aparecen en la Constitución nacional para canalizar el involucramiento colectivo en los asuntos públicos. Y especialmente el voto, es algo por lo cual la sociedad internaliza su relación con las autoridades siendo que durante cada proceso electoral los índices comparativamente con la región son de los más elevados.
Hoy el país entero confronta una enorme crisis de gobernabilidad a la par de la situación económica compleja que atraviesa y perjudica notablemente la cotidianidad de las familias.
Este escenario ha sido proclive a ser permeado por la violencia política como mecanismo de solución cuando las vías institucionales no funcionan o son bloqueadas arbitrariamente. En Venezuela, en los últimos meses hemos tenido episodios muy delicados con balances negativos en materia de muertes e incidentes con violación flagrante de derechos humanos. Sin embargo, la jornada del 16 de julio reivindicó el carácter democrático y pacífico de una población con un alto nivel de consciencia cívica. Por eso la necesidad de resaltar para el presente con crisis existencial y para el futuro el alto valor demostrado por los millones de venezolanos que en ambiente de familiaridad y nobleza organizaron su propia elección y mostraron al mundo su valía republicana.
Este episodio cívico tiene que servir de referencia para comprender la necesidad de generar una salida constitucional, pacífica, democrática y participativa cuyo resultado sea una transición política ordenada. El país requiere tener instituciones que se alineen con lo que la opinión pública en forma ampliamente mayoritaria y legítima ha demostrado con contundencia. En el imaginario colectivo está sembrado que ya el modelo económico-ideológico a través del cual se han impulsado las políticas públicas en los últimos 18 años no funciona y no hay manera de reformarlo. Por tanto, hay que generar una transición que promueva un nuevo enfoque que garantice una atención prioritaria e integral a las reformas económicas necesarias para recuperar la senda del desarrollo y la estabilidad institucional. Los días por venir sin duda alguna van a representar una contradicción entre las fuerzas del autoritarismo y las fuerzas de la democracia. Las primeras tienen mucho poder institucional pero no tienen soporte en la legitimidad social tan necesaria en un sistema político democrático. Las segundas se han fortalecido con el impulso incuestionable que han recibido con la demostración del 16 de julio. Las semanas por venir van a ser cruciales para aislar y derrotar a quienes pretenden sembrar estadios de violencia permanente. La sociedad venezolana ha expresado con contundencia su parecer y debe ser oída en un proceso de consulta directo, universal y secreto de acuerdo a las normas constitucionales y las establecidas en la ley orgánica de procesos electorales aprobada en el año 2009. Cualquier negociación política gestionada gracias a la jornada histórica del 16 de julio debe ser avalada por la universalidad del sufragio y la confianza soberana de una población profundamente democrática. Ya no sería válido sustituir constituyente por elecciones regionales. La negociación debe ir más allá y garantizar un verdadero proceso de transición política que aborde con integralidad los aspectos claves de la economía para derrotar a la inflación y los graves problemas de productividad que confronta la nación entera. La hora está más cerca pero debe ser asumida con mecanismos de alta política para evitar que el espíritu del 16 de julio se diluya o se disperse provocando más cicatrices innecesarias.