Lo del pasado 16 de julio fue el mayor acto de desobediencia cívica de nuestra historia, de la de América Latina y quién sabe si uno de los mayores de la del mundo entero. Que más de siete millones de personas, hayan ido por su propia voluntad, sin apoyo estatal y más bien con el aparato y los recursos públicos activamente en contra, por encima de la censura, el ventajismo y el miedo, a manifestar su voluntad sin atender amenazas abiertas o encubiertas, no es poca cosa, ni aquí ni en ninguna parte. Esa jornada ha hecho acreedor a este pueblo de la admiración de muchos en todas partes, pero sobre todo ha enviado un mensaje claro, imposible de ignorar por parte de cualquier político o gobernante.
La paz de Venezuela de la que tanto se habla y que la mayoría fervientemente desea, no es sueño imposible y, ciertamente, tampoco será resultado de una imposición. Está, realmente, al alcance de la mano. Basta con respetar la Constitución.
Que no caiga el poder en la fácil tentación de cortesanos o de esos rivales más o menos agazapados, que le aconsejarán subestimar la consulta, ignorarla en nombre de quien sabe qué artificio o, inclusive arreciar la respuesta represiva que tanto contribuyó a la magnitud y contundencia del pronunciamiento popular. Ojalá, por el bien de todos, que asimile la masiva manifestación y su significado político. 7.676.894 venezolanos son mucha gente, sea como sea. Y Venezuela, el mundo y ustedes los vieron. Evidencias, pues, no faltan.
¿Qué dijeron esos millones de ciudadanos? Que rechazan y desconocen la realización de la Constituyente propuesta, con lo cual quedan sin fundamento los alegatos a su favor basados en su capacidad para generar diálogo y paz. Que demandan a la FAN y a todo funcionario público obedecer y defender la Constitución y respaldar las decisiones que en ese marco, adopte la Asamblea, lo cual es constitucionalmente inobjetable. Y que aprueban la renovación de los poderes públicos según la Constitución, elecciones libres y transparentes y la formación de un gobierno de unidad nacional. Y lo dijeron de manera ejemplarmente pacífica, en una impresionante demostración de movilización y organización popular.
Sobre lo último puede haber desacuerdos, pero sin duda luce con más posibilidad de resolver la crisis política que la Constituyente rechazada por casi ocho millones, con mínimo respaldo en todas las encuestas y sin credibilidad internacional. La pelota está en la cancha roja.