Cuando April recuperó la conciencia, se asustó al ver que estaba en un cuarto oscuro, sin ventilación. Se levantó del pedazo de cartón en donde descansaba; su cabeza aún dolía y los recuerdos eran como punzadas. Se sostenía fuerte la sien, mientras caminaba hacia la primera puerta entreabierta que vio. No entendía qué sitio era ése, lo último que recordaba era estar sentada en la plaza central, y todo se nubló… y escuchó algo, una frase, suave y pausada. Era algo como….
—Al diablo la revolución —se dijo. Sus ojos se abrieron desorbitados. Lo vio claramente, recordó dónde había escuchado eso antes.
Las paredes de la habitación eran blancas y con luces por doquier. La mayoría de las camillas estaban desocupadas. Todas las personas vestidas con batas atendían a un joven amarrado a la cama, él intentaba moverse y gritaba. Sus ojos estaban fuertemente abiertos por un aparato que le impedía pestañear. En la cabeza, cargaba un casco que cubría gran parte de la frente, haciéndole presión.
—¡No, no, no! ¡Desgraciados! —gritaba, desesperado. Uno de los doctores tenía una especie de inyectadora en la mano y la introdujo en un orificio del casco que se conectaba con la cabeza del joven.
Su grito fue más desgarrador. Su cuerpo empezó a temblar. Repetía constantemente “no, no”, seguido de “al diablo la revolución”. Al quedar sin fuerzas, se quedó dormido. April estaba tres camas más allá que él. También cargaba el mismo casco extraño. Pensó que la siguiente era ella. Un hombre se llevó en la camilla al joven dormido y los demás doctores se acercaron a April. Ella intentó decir algo, pero no pudo, las palabras no salían de su boca. ¿Qué habían hecho con ella? o… ¿qué era lo que tenían pensado hacerle? Siempre escuchó que a las personas que se llevaban los usaban como conejillos de indias.
Su mente se despejó al sentir una mano fría sobre su hombro desnudo. Se giró para encontrarse con los ojos verdes del joven que estaba con ella en la fuente. April iba a empezar a formular preguntas pero él se lo impidió poniéndole la mano sobre la boca, indicándole que los demás estaban durmiendo. April no supo a qué personas se refería porque no veía a nadie, solo estaban ellos dos en ese pasillo estrecho y oscuro. Él la guió hasta otro cuarto más iluminado. April notó que encima de una mesa había comida. Rápidamente tomó un pedazo de pan, lo partió en dos, lo olió y le dio un mordisco. El joven se echó a reír y le dijo que no parase, que podía seguir comiendo lo que quisiera.
—Mi nombre es Esteban Leal, pertenezco a la resistencia —se presentó, cruzado de brazos. April sólo se interesaba en seguir comiendo—. Somos un grupo que actúa bajo las sombras en contra del gobierno. Bueno, aún no hemos podido lograr lo que queremos. Esta es nuestra guarida, creemos estar protegidos aquí, fuera del límite de vigilancia. En estos momentos son más de las nueve de la noche, tenemos que quedarnos hasta que amanezca, no podemos arriesgarnos a que los Buitres descubran nuestro nido.
—El gobierno no es del todo malo —pronunció April después de un rato, limpiándose los residuos de comida—. Y lo siento, hacía mucho que no me comía un pedazo de pan. Había olvidado su sabor. Pero, como decía, nosotros somos culpables de tener este gobierno. Es cuestión de adaptarse. Los Buitres son los que cargan los uniformes y las armas, por eso, debemos respetarlos.
—Han lavado tu cerebro, o al menos, no del todo —. Esteban se acercó un poco más a ella, le arrimó un pedazo de mechón que caía sobre la frente—. Han quedado las marcas, pero según el chequeo que te hicieron cuando te traje, el doctor no logró completar su misión, pues no posees el chip. Es normal que digas esas tonterías de apoyar al gobierno. Tienes que ser fuerte y pensar más, tratar de recordar exactamente qué pasó ese día.
—No sé, todo es confuso —dijo, separándose bruscamente de él —. Lo único que recuerdo es estar acostada en una camilla, y que estaban torturando a otro joven que no paraba de gritar “abajo la revolución”.
—Su nombre era Martín, uno de los nuestros. Intentaron hacerle confesar, pero no pudieron.
Antes que April preguntara por qué había dicho “era”, Esteban se adelantó a explicarle que Martín murió el mismo día en que la reclutaron a ella. Su muerte no era vana, porque descubrió, en una de sus misiones, una forma para llegar a la capital y burlar la seguridad del Presidente. Y Esteban lo tenía anotado en un papel que Martín, antes de ser atrapado, se lo entregó. La Resistencia estaba planeando un viaje largo hasta la capital. La curiosidad de April despertó aún más y Esteban, que no tenía sueño, cooperó en quitarle las dudas.
—No sé si recuerdas cómo se impuso el gobierno —ella negó con la cabeza, recordaba algo, vagamente, que su abuela le había contado de niña—. Te lo diré como me lo contaron. Hace muchos años, hubo una lucha de poder entre el gobierno y la oposición. En un principio, ambos bandos trabajaban por el bienestar del país; pero, un día, se descubrió una sustancia que enriquecería nuestra nación. No dudaron en hacer estudios y exportaciones. Todos vivían felices, hasta que el gobierno decidió desplazar a la oposición, señalándolos de rebeldes. Empezó una lucha entre ambos bandos, debilitándose cada día más la oposición. El Presidente, de ese momento, controló al pueblo, con falsas promesas y buen provenir. Al pasar los años, las personas fueron perdiendo sus bienes. Los ricos, aristócratas, o como quieras llamarlos, eran, en palabras del gobierno, malos. Ser rico estaba prohibido.
Esteban hizo una breve pausa para tomar aire. April estaba entusiasmada, atenta a cada palabra de su compañero.
—La situación había empeorado. El gobierno adquiría más y más poder, el Presidente se valía de su retórica para seguir convenciendo al pueblo de que todo estaría bien. La comida empezó a escasear y sólo los habitantes de la capital tenían el privilegio de comer bien —prosiguió—. Un día inesperado, el Presidente cayó gravemente enfermo. Su hermano menor, quien había estado a su lado apoyándolo, fue el responsable de su muerte. Todas las noches, en vez de suministrarle la medicina, le daba una sustancia que iba acabando con su vida. Su piel se fue pegando a sus huesos. Estaba débil, inmóvil, y poco hablaba. Su gracia la estaba perdiendo. El pueblo necesitaba respuesta, y fue el propio hermano quien se encargó de gobernar mientras le daba una muerte definitiva al mandatario. Casi todos lloraron su muerte, y de ahí vinieron los días oscuros.
El hermano terminó de destruir el país. Implementó leyes a su beneficio. Para calmar en un principio el hambre, aseguró llevar a cada casa de familia un suministro de alimentos, pero esto no duró mucho. El pueblo, cansado, decidió rebelarse, y el nuevo Presidente al ver su poderío en peligro, creó a los famosos Buitres. Ese nuevo proyecto consistía en estudiar a una familia, dotarla de buena alimentación, hacer que procrearan un bebé con todos los nutrientes necesarios y luego arrebatárselos de las manos para ser llevados a la capital a cumplir un rígido entrenamiento. Al crecer, todos se volvían iguales: fornidos y altos. Les pusieron un traje negro que cubría todo su cuerpo y, desde entonces, todos desconocen su verdadera apariencia. Los rumores dicen que no son humanos.
—¿Y por qué no le hicieron nada a Glorioso sabiendo que fue el asesino del Presidente? —preguntó April, incrédula.
—Tenía todo el poder en ese momento para obviarlo —respondió, para después continuar con su relato—. Y finalmente, hace veinte años, fue la guerra. La oposición no se dio por vencida y logró convencer a una gran cantidad de personas para rebelarse en contra del gobierno. Los rebeldes, llamados así por Glorioso, intentaron destruir todo y ocasionar caos en el país. Los Buitres no dudaron en atacar y dar muerte a todo aquel que se rebelara. Era un escenario sangriento. Glorioso, para volver a calmar al pueblo, convocó a unas elecciones inmediatas. La oposición bajó la guardia, pero el Presidente ya tenía todo calculado. Encarceló y exterminó a los rebeldes, la oposición terminó, y él ganó nuevamente, con el temor de la gente. Hasta entonces, han pasado veinte años. Sigue gobernando y haciéndonos miserables. Las personas han perdido la esperanza.
April se quedó pensativa. Su mente estaba procesando toda la información. Algunas cosas las sabía por su abuela, pero no con tantos detalles como hasta ahora. Esteban se levantó sobresaltado al oír ruidos extraños provenientes de afuera. Salió del cuarto, seguido de April, en busca de los demás.
—¿Qué está pasando? —preguntó Esteban a uno de sus compañeros, Ángel, un joven de 25 años, robusto, de piel oscura.
—Al parecer ha sido el sonido de una explosión.
—Viene del centro de la ciudad —informó otro.
April observó a todos los que iban apareciendo, eran alrededor de 15 personas, entre hombres y mujeres. El mayor tendría, a lo mucho, 28 años.
—Ha amanecido, podemos salir y averiguar bien —comunicó Esteban.
Con mucho cuidado, fueron saliendo de a uno. April notó que se trataba de un búnker. Al salir a la luz del sol, se dispersaron. Llegaron lo más pronto a la plaza. La sorpresa fue mayor al darse cuenta de que, efectivamente, se había tratado de una explosión. Algunas personas estaban malheridas por el impacto. Una mujer, que tenía un local de verduras, agonizaba en el suelo; dos pasos más atrás de ella, a un señor cuarentón, le faltaba una pierna.
Los Buitres corrían de un lado para otro, agrupando a la gente, pero no se trataba de una ayuda, los estaban ingresando a un camión para ser transportados a la capital. Entre la muchedumbre, April visualizó a su abuela que estaba siendo sostenida del brazo por un Buitre. Se abrió paso entre todos para lograr alcanzarla, mientras gritaba su nombre. Dos enormes hombres le impidieron el paso.
—¡Es mi abuela! —intentó pasar entre los tipos mas le era difícil—. ¿A dónde se la llevan? ¿Qué hizo? ¡Suéltenla!
—Quédese quieta, joven —dijo con voz fuerte el Buitre. April pudo notar la piel blanca del cuello del hombre y observó una mancha roja en forma de estrella, lo que llamó su atención—. Son órdenes del Presidente. Necesita hacer unas preguntas a unos cuantos para evitar un posible ataque terrorista. Y esto ha sido una advertencia para los ciudadanos de este estado.
—Listo, con estos son suficientes, podemos retirarnos —mencionó otro.
Cerraron la puerta del camión y se marcharon, dejando todo el desastre de la explosión atrás. April cerró fuertemente su puño, ahora, había recordado algo nuevo de la vez que la atraparon…
CONTINUARÁ.